Nuestro guía nos condujo por la
calle San Marcos para mostrarnos una casa muy curiosa con una fachada muy común
en siglos pasados. Era la casa dos Crivos o das Gelosias. Las ventanas estaban
cubiertas de unas celosías de madera que permitían ver, sin ser vistos.
Garantizaban la intimidad o el recato. Como leí en internet, era “un testimonio
vivo de la religiosidad conservadora de Braga”, según afirmaba Fernando Méndez.
Recordemos que fue en esta ciudad donde Salazar lanzó su discurso que iniciaba
la larga dictadura que sufrió el país durante el siglo XX.
Volvimos a rua do Souto,
a la esquina del café Brasileira, a la Arcada y su amplia plaza de la
República. Sobre la fachada de granito asomaba el único vestigio del antiguo castillo:
la torre del Homenaje. Para verla más de cerca nos introdujo por un callejón. Allí
se alzaba, exenta y poderosa. No se podía visitar su interior ni subir para
degustar las vistas de la ciudad antigua a nuestros pies debido a las
restricciones sanitarias. Nos hicimos una foto de grupo y nos despedimos.
En el recorrido, nos habían
llevado a Frigideiras de Cantinho, el establecimiento donde preparaban las
mejores frigideiras de Braga desde finales del siglo XVIII. Además, en
el subsuelo habían descubierto una casa romana que podía observarse gracias al
suelo de cristal instalado. Regresamos a Cantinho, nos sentamos en su apacible
terraza, a la sombra, por supuesto, y antes de que no hubiera mesas, probamos
esos exquisitos pasteles de carne con hojaldre y unas cervezas. Era el descanso
bien ganado del guerrero.
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