Sujan nos ofreció subir en coche hasta pocos metros
antes de la stupa o subir los 365 escalones de la puerta oriental. Cada escalón
simbolizaba un día del año. Era el camino que elegían los peregrinos. Un poco
de ejercicio vino bien a nuestras piernas. En el anterior viaje mi tío fue
menos deportista.
-Siddharta Gautama, príncipe de la dinastía Sakya -empezó sus explicaciones nuestro amigo-, de ahí su nombre como Sakyamuni, el sabio de los Sakya, nació en este país, concretamente en Lumbini, en la región de Terai, uno de los lugares que es Patrimonio de la Humanidad. No es extraña la especial vinculación de Nepal con el budismo. Como en India, fue perdiendo preeminencia a favor del hinduismo.
Nació el budismo como una reacción al brahmanismo. Se podría considerar una “herejía” de esta antigua religión. Proponía la abolición de las castas y la negación de los sacrificios. Arraigó sobre todo en la casta de los comerciantes. La Iluminación de Buda creaba una filosofía mitigadora del destino del hombre, encadenado a la existencia y el sufrimiento. La cadena de reencarnaciones llevaba consigo una ansiedad insoportable. La rueda de las reencarnaciones podía romperse consiguiendo la Iluminación. Todo conducía al nirvana, a la beatitud total, a la nada. Contrastaba con el Paramatman.
Al pie de la entrada se concentraba un pequeño mercadillo. Alguna muchacha se acercó a nosotros para vender sus artesanías. Tomamos un poco de ritmo e iniciamos la sesión, que tenía algo de penitencia y de preparación o sacrificio para ser dignos del lugar sagrado, uno de los más sagrados de Nepal.
Aún no habíamos roto a sudar cuando encontramos tres coloridos budas, dos leones protectores y un pequeño grupo de stupas blancas. Sus manos derechas se doblaban hasta mostrar las palmas. Los dedos apuntaban al suelo. La mano izquierda reposaba sobre las piernas cruzadas en la posición de loto, la palma hacia el cielo. Todo ello estaba cargado de simbolismo. Eran especialmente venerados por las mujeres.
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