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Un valle a la sombra de los dioses 7 (Nepal 2011). La leyenda del Valle de Kathmandú.


 

Sujan se apiadó de nosotros y nos recogió en el hotel a las 9.30. Después de dos madrugones tremendos, levantarnos a las 8 fue una bendición de los dioses. No esperábamos menos de un país tan religioso. Hasta 2008 era el único país del mundo oficialmente hinduista. Aunque ya era aconfesional, la espiritualidad estaba por todas partes.

Nepal es el país de las leyendas. Cada lugar cuenta con la suya que explica, de una forma sobrenatural, el origen del mismo. Siempre hay una explicación científica o histórica pero esta mitología popular es mucho más atractiva que la estricta realidad.

Dice una de esas leyendas que el Valle de Kathmandú era un lago color turquesa donde flotaba la más hermosa flor de loto. De ella emanaba una luz extraordinaria. Sin duda, su origen era sobrenatural. Era una manifestación de Swayambhu o Addi-Buda, el buda primordial. El patriarca Manjushri abandonó su retiro en China para ver aquel prodigio. Para drenar las aguas del lago utilizó su espada de la sabiduría, dio un tajo a la pared que contenía las aguas y éstas huyeron hasta secarlo. En su lecho se depositó la flor de loto. Allí construyó Manjushri una gran stupa. La stupa era Swayambhunath que en tibetano significa "sublimes árboles", por la gran variedad de árboles de la colina donde se ubica. Esa fue nuestra primera visita del día.



Para alcanzar la stupa atravesamos Thamel. Su atractivo, que resaltaba mi tío por segunda vez, era mercantil y de ocio. Recordaba haber cenado con Mar en dos restaurantes de la zona, Kilroy’s y La dolce vita. Eran dos terrazas abiertas al vecindario. La música amenizaba el menú. Se sintieron muy a gusto.

-Nuestras tardes transcurrían en Thamel haciendo compras, viendo tiendas, regateando y probándonos ropa que luego no volveríamos a ponernos. El ambiente era hippie, relajado, coleguilla. Algunos de los vendedores eran peculiares, como uno rubio con cara de pasmado que no dejaba de sonreír sin causa alguna. Regresábamos en rickshaw por callejuelas oscuras, pequeños santuarios alumbrados por velas y personas semiocultas. Atravesábamos todas las noches la plaza Durbar desierta rumbo al Soaltee Crown Plaza.

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