Un valle a la sombra de los dioses 6 (Nepal 2011). La necesidad de un descanso.

 

Nos habíamos ganado una cerveza. Buscamos cómo subir a uno de los bares que coronaban las azoteas. Las escaleras recordaban alturas de leyenda, pero las vistas desde lo alto merecieron la pena. El ajetreo quedaba abajo y subía un leve rumor de voces y movimiento.

Contemplamos la plaza y la llamativa sucesión de tejados escalonados de las pagodas. En sus aleros tintineaban las campanillas para ahuyentar a los malos espíritus. Admiramos los remates de los templos: un parasol, flores de loto, veletas, campanas, coronas…Más lejos, las montañas envolvían la ciudad y el Valle. Con el atardecer, se volvían más misteriosas, se transformaban en perfiles oscuros, un circo de piedra que defendía la paz de la urbe.

Nos dejamos llevar. La cerveza nos devolvió el tono y los deseos de charlar. Junto a nosotros, un guía local explicaba los planes del día siguiente a una turista china. A un par de mesas, a nuestra espalda, otra pareja con intención de cenar. Se encendían las primeras luces.

Regresamos en otro diminuto coche japonés (al precio de 100 rupias) y caminamos por la calle de bares y restaurantes cercana al hotel. Todo lugar que se precie debe contar con un pub irlandés. Lo localizamos y entramos. Al principio, parecía un club. Dos ingleses bastante ruidosos abrazaban a una oriental lasciva. Pero nuestras sospechas eran infundadas. Un grupo de americanos se unió al colectivo. En las televisiones retransmitían la liga inglesa y la alemana, que empezaban ese fin de semana.

En la puerta del hotel nos encontramos con un tío de Burgos que venía en nuestro vuelo y que había aparecido intermitentemente en nuestro itinerario. Era simpático. Había visitado Patan esa tarde ya que al día siguiente había una celebración y podía ser inaccesible. Cenamos en el buffet del hotel, una deferencia como bienvenida. La labor de Bhupendra merecía un aplauso.

Nos refugiamos en la habitación con intención de recuperarnos para el día siguiente.