El perímetro de la stupa lo configuraban diversos
edificios con tiendas de artesanía, restaurantes, monasterios o casas. Cualquiera
que fuera a pasar el día tenía todos los servicios necesarios para reponer
fuerzas, distraerse un poco entre monasterio y monasterio o curiosear entre las
viviendas tradicionales.
En el segundo monasterio encontramos a una comunidad de fieles reunida en el primer piso. Sujan aprovechó la representación de uno de los mandalas para explicar su significado. Parecía sostenido por un demonio con cola de tigre. En el primer círculo, el más interior, tres animales: la serpiente, el gallo y el cerdo. Cada uno era un defecto humano. El siguiente círculo, pequeño, acogía seis figuras sobre fondo oscuro en una mitad y siete sobre fondo blanco. El círculo más amplio se dividía en seis, tres terrenales y tres celestiales. El más exterior, se dividía en doce escenas.
En el piso superior, ante varias esculturas, dos
parejas orientales realizaban una ofrenda. La observamos con interés y durante
un rato tratamos de descifrar su significado. Era evidente su solemnidad. Nos
asomamos sobre la stupa.
Continuamos según la dirección de las agujas del reloj. Seguir otra dirección hubiera sido ofensivo. Observamos desde una plataforma otras stupas más pequeñas. Una occidental ejecutaba un ritual que la arrojaba al suelo, se estiraba, se levantaba, alzaba los brazos, repetía todo el proceso. Un monje mayor leía con toda la serenidad de este mundo.
Sujan nos condujo a una escuela donde pintaban mandalas. Preparaban la tela, dibujaban el motivo y luego lo pintaban con finos pinceles y mucha paciencia. Nos mostraron algunas obras. Por supuesto, las de maestros profesionales eran espléndidas, pero se salían de nuestro presupuesto. El regateo no dio los resultados pretendidos.
Los días de luna llena de los meses de Mahga y Janai Purnima, se sacaban en procesión las imágenes de Buda en carros ceremoniales. Ojalá hubiera coincidido con nuestra estancia.
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