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Un valle a la sombra de los dioses 25 (Nepal 2011). Hacia la residencia de los dioses.


 

Para quien su preparación física no le permitiera ascender hasta el techo del mundo, una buena alternativa era sobrevolarlo en avioneta. Era una excursión clásica y una experiencia mística. Irrenunciable.

Era lunes y nos habíamos despertado a las 5.30 de la mañana. Los Himalayas exigían estos sacrificios. Los que se solidarizaron con nosotros fueron Sujan y el conductor. Era asombroso lo despejados que estaban. Aún les quedaba buen humor.

También era increíble que a las 6 de la mañana la ciudad exhibiera tanto movimiento. Colegiales de uniforme -entraban a las 7-, con corbata y camisa azul, señoras en kurta-pajama haciendo footing, corredores y caminantes, llenaban las calles bañadas por una temperatura agradable.



El cielo estaba nublado, lo cual era mal augurio, pero teníamos esperanzas de que las nubes volaran y se despejara, como ocurrió el día anterior a lo largo de la mañana. Además, muchas veces las nubes del Valle no significaban nubes sobre las montañas. La pauta la daba el Everest. Si podía contemplarse su cima, aunque no se divisara ningún otro pico, la excursión había tenido éxito y se cobraban los 125 euros pactados. Por el contrario, la visión de la cordillera sin avistamiento del Sagarmatha implicaba el fracaso y sólo se abonaba el transporte.

Atravesamos la ciudad por otras calles diferentes a las del día previo. La ciudad era extensa y cada vez estaba más poblada como consecuencia del éxodo rural. Si alguien quería abrirse camino estaba destinado a hacerlo en el Valle. O en el extranjero, como unos tres millones de compatriotas que habían optado por emigrar, muchos de ellos a los países árabes. Las dependencias del ministerio donde se tramitaban y entregaban los visados estaban ya atestadas de personas que cifraban su esperanza en esos documentos.

Los vuelos a los Himalayas partían desde la terminal nacional, al lado de la internacional, en el aeropuerto de Thibauld. La terminal era pequeña y un poco antigua con un ambiente a lo película de Indiana Jones que la hacía especialmente atractiva. Entraban mercancías, personas vestidas de forma tradicional y, sobre todo, turistas en busca de aventuras. Tara Air, Yeti Air, Guna Air o Buda Air, la nuestra, ofrecían este servicio matutino con bimotores de hélice. Cada pasajero disfrutaba de una ventanilla y el recorrido se repetía en un doble sentido para que todos los pasajeros gozaran de las mismas vistas. Mi tío y yo íbamos en los asientos 2a y 2c, los primeros. Las hélices distorsionaban un poco la visión al mirar en dirección a los motores.

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