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Un valle a la sombra de los dioses 21 (Nepal 2011). La plaza Durbar de Kathmandú


 

Salimos a la plaza. Visualizamos varias pagodas y palacios. La concentración de gente era menor que la del anterior día. El edificio más alto, a la izquierda, era el Trilokya Mohan Narayan, de tres tejados y un plinto de cinco niveles donde siempre había alguien sentado. A su alrededor, vendedores y un pequeño mercado. Era de finales del siglo XVII y estaba dedicado a Vishnú. Shiva y Parvati tenían su templo unos metros más allá y se asomaban a una hermosa ventana como lo podría hacer cualquier lugareño. Era el homenaje de la ciudad a las divinidades de la Trimurti, la triada de dioses principales hinduistas: Vishnú, el preservador; Shiva, el destructor. Faltaría Brahma, el creador, que ya concluyó su labor por lo que era raro encontrar templos dedicados al mismo.

A la derecha, se encontraba el antiguo palacio real estructurado en varios patios. Muchas dependencias eran inaccesibles para el público o para las gentes del lugar, salvo en días señalados, en festivos que permitían visitar los lugares más sagrados. Otra parte se había transformado en un museo.


El patio de Kasthamandap o Maru Sattal tenía la peculiaridad de considerarse construido de un solo árbol. Era uno de los edificios más antiguos, del siglo XII. La planta baja quizá se dedicó a lugar de transacciones. Por ello, las esquinas se adornaban con cuatro Ganesh, signo de prosperidad. Estaban pintados de naranja. Un uso comercial, otra divinidad importante, otro hito en el deambular por la atractiva plaza.


Por supuesto, no podía faltar la columna real, dedicada a Pratab Malla, ni la campana, Tago Gan, que se tocaba con ocasión de las ofrendas en el templo de Degu Taleju, el dedicado a la divinidad real. Se decía que la columna, denominada stamba, era un centro neurálgico de las corrientes energéticas del universo. El fuste terminaba en un capitel en forma de loto que era el trono del rey o de una divinidad.

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