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Un valle a la sombra de los dioses 20 (Nepal 2011). Kumari, la diosa-niña II


 

La veneración de la Kumari se remontaba en la India unos 300 años antes de nuestra era. En Nepal, se inició en el siglo XVII. Una leyenda cuenta que la diosa Taleju, en forma de serpiente roja, aparecía cada noche para jugar a los dados con el último rey Malla, Jayaprakash, con la condición de que no se lo dijera a nadie. Una noche, la reina, acudió a las estancias del rey para comprobar con quién pasaba las noches y descubrió a Taleju. Esta montó en cólera y le dijo al rey que si quería volver a verla y que le protegiera tendría que buscar entre las niñas de la comunidad newari, al haberse encarnado en una de ellas. Otra leyenda apunta a que el rey intentó seducir a Taleju cuando jugaban a los dados y discutían sobre cuestiones de estado. La divinidad desapareció y el rey rogó por su regreso. Taleju decidió regresar en el cuerpo de una niña virgen de la casta Shakya.

La influencia de la Kumari era enorme. El rey, antes, y posteriormente el presidente, buscaban la bendición de la niña-diosa en el festival de Indra Jatra. Así se renovaba el mandato de poder por un año más. La diosa era la protectora de la dinastía y del rey en el trono y, en la actualidad, del presidente. El pueblo se acercaba a ella para realizar peticiones, especialmente las mujeres que padecían desórdenes cardiacos o menstruales. Burócratas y altos cargos del gobierno le pedían audiencia, le traían regalos y besaban o tocaban sus pies en señal de devoción. Sus gestos eran interpretados como buenos o malos augurios.

Pero la tradición corría peligro porque los nuevos gobernantes se planteaban acabar con las instituciones asociadas con la monarquía y el feudalismo. También presionaban algunos grupos pro derechos humanos que interpusieron una demanda sobre la base de que no se respetaban los derechos de la diosa-niña. Al final, el Tribunal Supremo declaró que a la Kumari se le debía permitir acudir a la escuela.



Esperamos en el patio a que hiciera su aparición. Nos habíamos congregado un pequeño grupo de turistas con nuestros guías. Sujan nos daba esperanzas. Si aparecía, no se la podría fotografiar. Nos entretuvimos estudiando los relieves de ventanas y vigas: el zócalo con escenas costumbristas, un friso con cabezas de elefantes, otro con cabezas de ratones, figuras aladas, Durga con sus múltiples brazos armados, un monstruo que devoraba serpientes…

Sujan nos comentó el proceso de selección. El proceso lo controlaban cinco sacerdotes de la rama budista Vajracharya. Las elegibles eran de la casta Shakya, de los newari, de los plateros y orfebres. Era un ejemplo de armonización entre hinduistas y budistas: la diosa era elegida entre un grupo budista. Una excelente salud, no haber sufrido enfermedades y no haber perdido ningún diente eran algunos de los requisitos. Debía cumplir con las 32 perfecciones de la diosa. Se la sometía a diversas pruebas para comprobar su serenidad y su temple frente al miedo. En el templo real se la encerraba con las cabezas de 108 animales, cabras y búfalos, y hombres con máscaras trataban de aterrorizarla. Se estudiaba si su horóscopo era compatible con el del rey. Supongo que esto tendrán que adaptarlo a la situación actual y que su horóscopo sea compatible con el del presidente.

Cuando cesa su carácter divino, se le asegura una pensión y una vida acomodada. Podrá casarse y llevar una vida normal. Habitualmente así ocurre. Sin embargo, se dice que quien se case con ella morirá en el plazo de seis meses.

Por fin se asomó al balcón. Era una niña pequeña con gestos altivos. Iba repeinada y muy maquillada conforme a los dictados de la tradición. Verdaderamente se comportaba como una diosa. Fue solo un instante.

La Kumari se mezclaba con el pueblo en el festival de Indra Jatra, en septiembre, en la primera luna llena tras el final del monzón. Los días de luna llena son días para especiales ceremonias y ofrendas. Este festival se celebraba  en honor a Indra, el dios de la lluvia. Durante ocho días se sucedían las procesiones y bailarines enmascarados recorrían las calles. Las imágenes de Bhairav se mostraban al pueblo y los templos se iluminaban. La diosa-niña salía en su carroza y podía ser venerada sin las limitaciones que regían en el resto del año.

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