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Un valle a la sombra de los dioses 11 (Nepal 2011). Swayambhunath IV.


 

La variedad de construcciones en el perímetro era tremenda. Stupas blancas y afiladas, de diversos tamaños y configuraciones, las shikharas Pratapur y Anantapur, enhiestas estructuras hinduistas construidas por el rey Pratap Malla para obtener la victoria contra los tibetanos en el siglo XVIII, santuarios, estructuras en piedra gris... Algunas fueron donadas por reyes y nobles y acogían sus cenizas. Otras eran anónimos tributos al más allá. Las stupas más pequeñas, como miniaturas de la principal, las denominaban chaityas. Poco espacio quedaba libre.

El lugar albergaba también un templo hinduista dedicado a Harati, que protegía contra la viruela y otras epidemias. La divinidad protectora para los hinduistas se denominaba Sitala. Hasta aquí se acercaban las madres para solicitar su intercesión y la protección de sus hijos. Las mujeres con sus hermosos y elegantes saris desfilaban con sus ofrendas de arroz, frutas o galletas. La figura que ahora se veneraba era del siglo XIX ya que la originaria fue destruida por la ira de un rey que perdió a su mujer a causa de la viruela, de la que no pudo defenderse por la intercesión divina.



Algo más alejado estaba el templo de Shantipur. Estaba siempre cerrado.

-Cuentan que en él se encerró hace 1500 años el santo Shanti Shri-recita Sujan-con el compromiso de permanecer en él hasta que fuera solicitada su ayuda por las gentes del Valle. Una vez, ante una preocupante sequía, el rey se acercó al lugar para solicitarla al santo. Éste estaba convertido en un esqueleto, pero aún vivía. Entregó un mandala al rey y poco después empezó a llover.-Instintivamente miramos al cielo para comprobar el estado de las nubes, tan propicias a abrir sus panzas pletóricas de lluvia en aquella época del año.

Entramos en un monasterio tibetano. Las débiles llamas de las lamparillas y el resplandor exterior iluminaban las serenas imágenes de seis figuras de Buda. La decoración de puertas y ventanas era atractiva. Observamos las vigas.



Terminamos de rodear la stupa en el sentido de las agujas del reloj. Como premio, podías comprar algún recuerdo, descansar en el restaurante y reponer fuerzas o charlar un rato con un viajero portugués, como hicimos nosotros. Habíamos visto pocos monjes. Sin embargo, Sujan nos comentaba que era habitual que las familias enviaran a uno de sus hijos a un monasterio para que se educara como monje. Cuando alcanzaba la mayoría de edad decidía si tomaba los votos definitivos. El paso por el monasterio le otorgaba prestigio social.

Otro monasterio ofrecía una gran estatua dorada de Buda, el Shree Karma Raj Mahavihar, al que acompañaba una corte de otras figuras. En su interior sería sencillo quedarse una temporada a meditar.


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