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Un valle a la sombra de los dioses 4 (Nepal 2011). La plaza Durbar.


 

-Mi intención era enseñarte la plaza Durbar y luego tomar algo en Thamel, pero los siete años de ausencia han borrado mis recuerdos y la ubicación de los lugares- se excusó.

Cuando quisimos darnos cuenta estábamos en un punto indefinido de la ciudad sin demasiado atractivo. Los pies empezaban a quejarse y el plano no daba soluciones. Caminamos algo más hasta una avenida ancha con excelentes tiendas, centros comerciales y restaurantes. Una zona bastante occidental. Reconocido el error, buscamos un taxi y, finalmente, logramos que nos entendiera el conductor. Rodeamos un amplio espacio verde donde se entretenía la población local y el taxista nos depositó a la entrada del barrio antiguo.



La zona estaba peatonalizada. Rápidamente, un empleado de la plaza nos informó del precio de la entrada, 300 rupias, algo menos de tres euros. Sin embargo, los lugareños entraban sin problemas, lo cual nos causó extrañeza. Un gran cartel informaba del precio y los detalles de acceso.

El sábado era día festivo en Kathamandú. Había leído que porque era nefasto en la tradición del Valle. Era día de descanso, de comercios cerrados y de paseo. Y, dónde mejor pasear que en un lugar considerado Patrimonio de la Humanidad. La plaza Durbar de Hanuman Dhoka era una de las joyas del país.

El folleto que nos entregaron mencionaba que los edificios fueron construidos entre los siglos XII y XVIII por la dinastía Malla, la más prestigiosa. Templos, santuarios y palacios conformaban el centro de la vida cultural y religiosa de la comunidad Newar, la originaria del Valle. El gran terremoto de 1934 destruyó algunos de los monumentos, que fueron reconstruidos manteniendo la forma y materiales originales.



Ganga Path penetraba hacia la zona de templos y palacios. El siguiente tramo de la calle era Basantapur Durbar, con el palacio del mismo nombre. La peculiar forma de los tejados escalonados de toda la zona también perfilaba este palacio. Dicen que se inspiraron en las montañas escalonadas que servían de telón de fondo. Enfrente, una amplia plaza plagada de puestos de artesanía.

-Aún recuerdo haber buscado alguna pieza entre tantas baratijas y encontrar algo a buen precio -recordaba mi tío-. Los vendedores de recuerdos son menos agresivos que en la India. Te ofrecen postales, collares, figuras y otros objetos, insisten un poco y respetan tu decisión de no comprar. Casi dan ganas de hacerles caso y comprarles algo. Son respetuosos.

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