El color rojo era el color del poder y el de las
mujeres casadas. En la boda, el hombre lo llevaba una sola vez sobre la frente.
Con ironía, nuestro amigo se sonreía al recordar que la mujer lo portaba siempre
en lo alto de su frente, claro exponente de quién ostentaba el poder.
Los parasoles marcaban la posición de los brahmanes. A ellos se acercaban los fieles para solicitar una oración, una plegaria, una puja para un objeto concreto de su existencia. Hasta la llegada del siguiente adepto observaban las aguas turbulentas del Ganges.
Abandonamos el ghat y nos introdujimos por el dédalo de calles. Las ventanas estaban adornadas con las ropas húmedas que testimoniaban el cumplimiento de los rituales. Eran las ventanas de los ashram, de las casas de oración o acogida de los peregrinos que se hospedaban en ellos durante su estancia en Benarés. Cada estado o territorio disponía de su ashram que acogía a las gentes del mismo.
Salimos nuevamente al río. El sol se había elevado ligeramente sobre las aguas y las llenaba de un color dorado exquisito. Reinaba el silencio. Un banderín se mecía con pereza. El calor y la humedad azotaban el cuerpo.
Rajiv hizo sonar la campana de un templo. Lo hacía para despertar a la divinidad al entrar. Lo reiteró posteriormente para advertirla de que nos marchábamos.
Muchos de esos templos eran pequeños y sus imágenes eran algo toscas. Sin embargo, eran el mejor ejemplo de fidelidad y de fervor espontáneo. Los atendían los propios vecinos y nunca faltaba una flor, unos granos de arroz, un detalle. Estos pequeños santuarios se salvaron de la destrucción de Aurangzeb, el sexto emperador mogol, cuya fiebre religiosa le llevó a una cruzada que terminó con los principales templos. Mucho de lo que contemplaban nuestros ojos era relativamente nuevo, con una antigüedad de unos dos siglos.
Nos acercamos hasta el palacio del maharajá. De camino, atravesamos callejuelas que eran poco más que pasillos con hermosas puertas y ventanas, ricos trabajos de artesanos. El palacio era de piedra y a media altura lo dividía una baranda del mismo material. Era en la parte superior donde reinaban unos lujosos balcones. Rajiv nos habló de su relación con uno de los hijos del soberano y de los problemas con los ingleses que sufrieron sus antepasados. Él había visitado el interior en varias ocasiones. También el otro palacio que se encontraba al otro lado del río, aguas abajo. El sari rojo nos aportaba otra referencia interesnte:
De no haber intervenido
los ingleses, el estado de Benarés hubiera sido de una gran extensión. Pero
Warren Hastings tuvo una discusión con el maharajá Chait Singh. Al ir a arrestarle
se produjo una rebelión. Hastings se retiró pero volvió con un ejército mayor y
Chait Singh tuvo que refugiarse en Gwalior. La dinastía se extinguió y Hastings
nombró otro maharajá. Durante un siglo los legítimos gobernantes de Benarés lucharon
para recuperar sus estados hasta que en 1.911 el virrey le devolvió su título,
poderes y privilegios.
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