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Los saris son el color de la India 196 (2011). El bazar y la puja.

 


Mi tío recordaba haber visitado brevemente esta zona del bazar de calles estrechas y recordaba que había un fuerte dispositivo policial. No se podían hacer fotos. Los comercios estaban en plena actividad. Todo era asfixiante, empezando por el calor. Después de unos cientos de metros, la zona estaba militarizada y daba bastante miedo. Ya no había presencia de turistas, lo cual acrecentó mis temores. Mi tío seguía avanzando con bastante decisión aunque el laberinto empezaba a despistarle. Preguntó un par de veces y tuve la sensación de que nos colábamos en la boca del lobo.

La zona era especialmente conflictiva por las luchas entre seguidores de musulmanes e hinduistas. La mezquita estaba construida sobre el antiguo Templo de Oro, uno de los lugares más sagrados para los hinduistas. Hace algunos años, en un brote de nacionalismo, hubo un atentado contra la mezquita. Los hinduistas pretendían volarla y reconstruir el templo sobre su emplazamiento originario. Ante el temor de nuevas explosiones de odio se había tomado la decisión de controlar férreamente los accesos.



Yo no estaba muy convencido pero dejamos la mochila y el calzado en una taquilla y nos internamos hasta la puerta del Templo de Oro. Queríamos entrar, nos pidieron el pasaporte, no lo llevábamos, nos remitieron al supervisor, con cara de pocos amigos, y la incomunicación nos llevó a desistir. Casi lo agradecí. Regresamos y salimos del entramado de casas y puestos. Respiré con alivio.

El lugar de la puja estaba casi repleto. Los tour operadores y guías habían acercado a sus clientes y éstos habían tomado posiciones. Aún pudimos encontrar un hueco y un par de sillas a un costado.

Había más cámaras de fotos y de vídeo que en unos estudios de cine. El ambiente era de romería, lejos de la solemnidad que requería la ceremonia. Incluso, hubo un momento en que el sacerdote jefe paró el acto para imponer algo de orden. Aquello parecía un cabaret.



Con la primera penumbra subieron al entarimado (no me atrevo a utilizar el término escenario) cinco brahmanes jóvenes y empezaron a ejecutar los actos de la ceremonia. Ninguno de los dos entendió gran cosa ya que nuestro conocimiento de los Vedas era escaso. Percibíamos el sonido de los tambores, el olor embriagador de los aromas que se desprendían de los pebeteros, y el ritmo que exaltaba el espíritu. Entonaban himnos, oraciones, exorcismos o fórmulas mágicas solicitando la intercesión de la divinidad. Escanciaban soma, zumo de asclepios, según pude saber más tarde, que simbolizaba al todopoderoso, al Creador. El soma era el mediador entre el cielo y la tierra. Conducía a la inmortalidad.

Terminó la ceremonia e invadimos las calles. El atasco que se montó era monumental. Regresamos al hotel en silencio.

Como todos los huéspedes habíamos asistido a la puja, la cafetería estaba intransitable. Pedimos unas cervezas y nos mentalizamos para esperar. Charlamos un poco.

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