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Los saris son el color de la India 193 (2011). Las aguas del Ganges.


 

En 1896, el bacteriólogo británico Ernest Hankin dictaminó sobre el poder de las aguas del Ganges para matar la bacteria del cólera. Como el agua del río se mantenía pura durante meses, los barcos que regresaban a Inglaterra iban provistos de la misma.

Desde entonces, los análisis para determinar el por qué de esa pureza se habían multiplicado y no habían obtenido un criterio unánime y científico. Quizá fueran varias las causas. La primera apuntaba a que las aguas transportaban un nutrido número de activos macrófagos, parásitos que se multiplican exponencialmente al atacar a otras bacterias. Para otros, eran determinados iones radiactivos transportados desde el Himalaya lo que purificaba el agua. El alto grado de oxígeno disuelto en sus aguas, y que descompondría la materia orgánica, previniendo su putrefacción, apuntaba otra explicación.



Pero lo cierto es que el Ganges corría peligro. Una serie de factores ponían en entredicho su viabilidad futura. La extracción minera indiscriminada e ilegal era el primero. El glaciar Gangotri, que le servía de fuente, corría peligro de fundirse y desaparecer en diez años. Un sinnúmero de presas obstruían su flujo normal e impedía que las bacterias purificadoras llegaran aguas abajo, al igual que las altas concentraciones de oxígeno. Los vertidos sin procesar de las industrias estaban también detrás del desastre. Ello había generado la desaparición de islas fluviales, la destrucción del ecosistema de la fauna propia del río y un deterioro significativo de la calidad del agua que aconsejaba no bañarse en el mismo, como era habitual en las abluciones matutinas.

También las cremaciones eran un factor de desestabilización. Unos 35.000 cuerpos eran incinerados al año en los crematorios tradicionales. En muchos casos, no se esperaba a que se completara la incineración, para lo que se precisaban unos 300 kilos de madera y unas tres horas. Los cuerpos semincinerados eran arrojados al río donde se esperaba que las aves carroñeras y el río terminaran el trabajo. En el caso de los sadhus o santones, se arrojaban sin cremar. El crematorio eléctrico no había tenido éxito. Según la creencia popular, sólo los cuerpos incinerados conforme a los rituales tradicionales alcanzaban la paz eterna. Preferían pagar 3.000 rupias (por 500 de la incineración eléctrica) y ganar el apoyo eterno. El irregular suministro eléctrico y los continuos fallos de la instalación convertían a ésta en una alternativa sólo para los pobres y los que morían sin identificar. Intentaron introducir tortugas que devoraran la carne de los cuerpos: muchas fueron cazadas para servir de alimento.

Un plan integral con una importante dotación económica estaba en marcha pero los intereses económicos lo ponían en entredicho. Parecía que la única solución viable era que Shiva descendiera a la tierra y pusiera un poco de orden.

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