El que sería con el tiempo Sha Jahan, nació el 5 de
enero de 1592, durante el trigésimo sexto año del reinado de Akbar, en Lahoré. Su
abuelo escogió como nombre Khurram, que significa alegría. Siempre mantuvo una
especial relación con Akbar, quien le educó en los asuntos militares y de
estado. Era su nieto predilecto.
El inicio de su amor por Mumtaz tuvo lugar en el bazar real cuando contaba 15 años. Como era costumbre, las mujeres de la zenana se convertían en comerciantes. Acompañado de su séquito, observó a una muchacha que vendía seda y abalorios. Era Arjumand Banu, hija de Asaf Khan, hermano de Nur Jahan, esposa de su padre. El futuro emperador preguntó el precio de una pieza de cristal. Le contestó que no era de cristal, que era un diamante que ni siquiera él podía pagar. Su precio era de 10.000 rupias. Lejos de arrugarse, Khurram pagó en el acto y se la llevó. Junto con el enamoramiento de la vendedora.
Al día siguiente pidió a su padre casarse con ella. Él también se había casado por amor, en contra de lo habitual. Levantó la mano derecha y otorgó su consentimiento. Pasarían cinco años antes de que cumpliera su deseo. Mientras tanto, se casó por motivos de estado con una princesa persa.
La entrada era suculentamente cara: 750 INR (rupias) por persona, algo más de 12 euros. Los indios pagaban tan sólo 50 INR. Por supuesto, había un mercado paralelo de entradas. Lo comprobamos al ser sustituidas en el acceso las nuestras, enteras, por otras ya cortadas.
La intuición es el vehículo de las esencias. Por ello, lo mejor era que volara sobre el mármol blanco de Makrana y no se plegara a lo mucho que se había dicho y escrito. Un exceso de documentación es a veces peligroso. Es bueno para no perder detalle, pero priva de la atención sobre los espíritus que flotan sobre los jardines o que se abrazan a la piedra. El sentimiento de amor estaba allí para quien fuera capaz de descubrirlo.
-¿El Taj Mahal es una de las siete maravillas del mundo?-pregunté.
-Desde luego es una de las grandes obras de la humanidad y la culminación del arte mogol. No sé cómo anda la clasificación. En la última relación que conozco aun figuraba.
Nos situamos ante el espectacular pórtico de arenisca roja, la darwaza, coronada por once cupulillas blancas. Cuatro chattris adornaban sus esquinas. Al fondo, se vislumbraba el monumento. Unos versos en persa daban la bienvenida: “Salud, morada, que tú estás bendecida como el jardín del paraíso. Salud, exquisito edificio, ¡más alto que el trono divino!”
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