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Los saris son el color de la India 174 (2011). El Taj Mahal.


 

Levantarse a las 5.30 de la mañana tiene que responder a un motivo importante: una obligación inaplazable, una locura transitoria o la visita al Taj Mahal.

A las seis apareció Krishna vestido con una inmaculada kurta-pajama blanca. Algo simbólico escondía ese cambio de indumentaria desde la burocrática camisa del uniforme. Por supuesto, mostraba su sonrisa permanente y preguntaba, como tenía por costumbre, si habíamos dormido bien y si todo estaba en su sitio. Era un ejemplo de servicialidad india.

El trayecto fue inusualmente tranquilo. El sol había entrado en su turno de trabajo, pero la luna aún no se había marchado. La ciudad estaba dormida y los comercios cerrados. Nada que ver con la noche anterior.



-El Taj Mahal es un mausoleo, una tumba. Es un gran homenaje al amor después de la muerte -explicaba mi tío mientras caminábamos hacia el monumento.- Hace años se creó una zona de exclusión para aliviarlo de la contaminación que lo estaba deteriorando seriamente. El complejo comprendía un amplio conjunto de viviendas para los vigilantes, otras tumbas, cuatro caravasares, dos sarays y un bazar con casas para los comerciantes. Los ingresos que producían los caravasares y los sarays ascendían a 200.000 rupias. Otras 100.000 rupias procedían de las rentas de treinta pueblos. Todo ello se destinaba al mantenimiento y vigilancia, al pago de recitadores del Corán, a la entrega de donativos y a los gastos por los actos que se celebraban con motivo del aniversario de la muerte de la Elegida del Palacio. Eran fastuosos y reunían a la corte y los nobles. Entre los pobres se repartían 50.000 rupias.

Se acercaban conductores de rickshaws para ofrecer sus servicios, chavales que mostraban postales, vendedores con collares, rosarios, figuras y todo lo que pudiera servir como recuerdo.



-Lo construyó el emperador mogol Sha Jahan a la muerte de su esposa favorita, Mumtaz Mahal. Le había dado catorce hijos y en el parto del décimo cuarto murió. La pena que sufrió el emperador fue indescriptible. Ese amor tenía que ser plasmado para la eternidad. Para ello, contrató a los mejores arquitectos y maestros artesanos de todo el mundo conocido, que quedaron en un segundo plano al implicarse personalmente el emperador. Así nació una lágrima en la mejilla del tiempo.

“Tú dejaste que tu poderío real se desvaneciese, Sha Jahan, pero querías hacer imperecedera una lágrima de amor. El tiempo no tiene piedad del corazón humano, y se ríe de su triste lucha por recordar. Tú lo engañaste con la hermosura, lo cautivaste y coronaste la muerte informe con la forma inmarcesible". Eran palabras de Rabindranath Tagore, de su poema Regalo de amante.

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