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Los saris son el color de la India 171 (2011). El hogar de la Madre Teresa de Calcuta.

 


El hotel Mansingh Palace estaba situado en la carretera de Fatehpur Sikri en un entorno de hoteles y bazar. La habitación era bastante buena. Nos entregamos a una reparadora siesta antes de aventurarnos por los alrededores a la caída de la noche. Todo estaba muy oscuro, sin alumbrado público. El tráfico era aún intenso y los faros de los vehículos iluminaban el trayecto de forma irregular. Como era habitual, no había aceras y el paseo se restringió a unos centenares de metros a ambos lados del hotel, insuficiente para hacerse una idea de la ciudad.

Nos asomamos a algunas tiendas de artesanía y de ropa. Pronto comprendimos que no nos apetecía deambular sin rumbo. Nos encontramos un Pizza Hut y decidimos cenar en él. Tuvimos que esperar un rato. El empleado de la puerta nos interrogó por nuestra procedencia y soltó algunas palabras en español que amenizaron la espera. Como muchos otros turistas habían tenido la misma idea que nosotros, el surtido de pizzas se había reducido y tuvimos que comer lo que nos ofrecieron. Fue un alto en el camino de nuestras degustaciones de comida india.

Mientras esperábamos la comida, mi tío comentó su experiencia en un hogar de la Madre Teresa de Calcuta.

-Vijay, nuestro guía, dedicaba una parte importante de sus ingresos a obras de caridad. Había adoptado dos niñas, había creado una fundación para facilitar la adopción de niños indios por padres occidentales y, cuando apreciaba la sensibilidad necesaria en el grupo, les proponía una visita a la institución que la Madre Teresa había alumbrado en Agra, a las afueras de la ciudad, en la carretera que conducía a Sikander. El grupo no se había mostrado propenso a esa visita y no nos la ofreció. Sin embargo, Mar la tenía en la mente y cuando pasamos cerca no dudó en proponérmelo. Acepté inmediatamente. Desechamos acudir al espectáculo de luz y sonido del Fuerte Rojo. Nos había fascinado y no queríamos perder la ocasión de disfrutarlo por la noche, de observar a lo lejos el perfil iluminado de la otra joya de la ciudad, el Taj Mahal.

Pero Mar no se hubiera perdonado haber estado tan cerca y no hacer una visita.

Mi tío realizó una pausa para engullir con ganas el primer trozo de comida. También le sirvió para dar más teatralidad a su relato.

-El portero era un hombre enjuto de barba rala, corta y canosa, de edad indefinida. Respondió a nuestro saludo con un gesto de la cabeza. No se alteró desde su banqueta. El sendero de arena aplastada terminaba en un pabellón que se definía por una luz aislada y austera que combatía en solitario con la incipiente noche. Nadie nos salió al paso. En la siguiente esquina brillaba una imagen de la fundadora en una urna. Iluminaba los dos brazos de la intersección. Paramos ante ella, unimos las manos a la altura del pecho, humillamos ligeramente la cabeza y realizamos el saludo ceremonial en namaste. Era un gesto universal por la paz.

Una nueva pausa aguijoneó mi curiosidad. Contaba su experiencia como los cuentacuentos orientales.

-Nos asomamos a uno de los barracones. En la puerta había una mujer sentada sobre el suelo con las piernas cruzadas. Su mirada dislocada evidenciaba que no estaba en su sano juicio. Del interior asomó otra mujer con un sari de matices verdes y una sonrisa sincera que pudiera ser impropia de aquel lugar. Nos saludamos. Yo actué como intérprete de Mar. Ella quería que fuera lo más fiel posible a sus palabras. Preguntamos si podíamos hacer una visita, que veníamos de España y que teníamos mucho interés por la obra de la Madre Teresa. La mujer, que quizá no hubiera alcanzado los treinta pero que evidenciaba una mayor huella de la vida en su rostro, dio unas breves instrucciones a una tercera persona oculta en el pasillo y nos acompañó hasta la edificación más alejada, a unos cuarenta metros. Los pabellones, de una planta, con tejado de madera a dos aguas y paredes de ladrillo, se organizaban en torno a un patio enmarcado por un muro perimetral de dos metros de altura. La utilidad de aquel muro era discutible. Desde luego no era para ahuyentar a los ladrones. Cada edificación correspondía a un grupo: mujeres, ancianos, niños.

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