El tráfico era un caos, como en casi toda ciudad
india que se precie. A la superpoblación y el desmadre urbanístico se unían las
obras. Aprovechamos para observar los últimos retazos de las murallas y sus
puertas, las calles atestadas y las afueras. Tomamos dirección a Bharatpur.
A unos
Pocos kilómetros después, una larga escalera en
zigzag trepaba por la montaña hasta un templo jainista que remataba la cima. El
paisaje de montaña era hermoso y nos mantuvo a la expectativa por si surgiera
algún otro regalo ante los cristales. Quedaban
De las montañas pasamos a los campos verdes en una amplia llanura. La autovía tenía pasos de cebra, una peculiaridad que nos chocó bastante. Las vías del tren nos acompañaban. Un socavón de escándalo nos sacó del ensimismamiento.
Los carteles de la carretera eran otra de las distracciones intermitentes: Bagur Cement, Idea, del grupo Birla, escuelas y universidades, el precio del diesel a 34,75 o del petrol a 47,67 rupias.
En múltiples ocasiones había aparecido el nombre Birla como sinónimo de éxito empresarial y mecenazgo a la religión hindú y a las artes. El auditorio de Jaipur llevaba su nombre. En Delhi, su casa había acogido a Mahatma Gandhi, donde había sido asesinado. Posteriormente fue convertida en museo. Un templo llevaba también su nombre.
Seth Shiv Narayan Birla empezó su andadura a mediados del siglo XIX comerciando con algodón. Al inicio del siglo XX extendió su actividad a los textiles, la fibra, el aluminio, el cemento o las industrias químicas. Ahora el grupo Aditya Birla era el primero de Asia y el cuarto del mundo. Let’s reach for the sun, rezaba su lema. Su gran competidor era Tata.
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