Una inmensa serpiente se deslizaba sobre una
superficie gelatinosa sin hundirse en ella. Poco a poco se acercó a un alto poste
que dominaba el espacio yermo. Lo rodeó, estudió su textura y cuando estuvo segura
fue enroscándose con lentitud cubriendo su base. De pronto, dos grupos de seres
se apoderaron de la cabeza y la cola de la serpiente y empezaron a tirar en
direcciones opuestas haciendo girar el poste. El ciclón que se formó atrajo a diversas
criaturas que cayeron al líquido espeso que fue densándose más hasta convertirse
en leche y después en mantequilla. De él brotaron seres de aspecto
aristocrático, objetos, fuego...
-Tu turno.
Mi tío había salido del baño envuelto en una toalla. Su voz había cortado mi sueño. Era extraño porque no sabía qué significaba. Durante el desayuno le comenté lo que había soñado. Dejó la tostada sobre el plato, tomó un trago de zumo para darle mayor teatralidad y me dijo:
-Lo que has soñado es el mito de la creación. El poste era el Monte Meru y la serpiente era Vasuki o Shesha. Los dos grupos eran los dioses y los demonios que agitaron el océano cósmico durante cien años. Dioses y demonios, Devas y Ashuras habían luchado. Vencieron aquellos sobre estos, que fueron revividos por Shiva. Brahma les aconsejó hacer las paces y agitar el océano con la ayuda de Vishnú. La leche formó nuestro mundo. En algún lugar has debido leerlo y este es un recuerdo anclado en tu subconsciente.
Me quedé sorprendido.
Cuando nos levantamos a las siete de la mañana no había restos del diluvio ni de la inundación sufrida el día anterior, algo milagroso que, sin duda, se debía a la intercesión de los dioses. El desayuno fue estupendo.
El cierre de la habitación casi tomó tintes titánicos. La desorganización era inasumible. Cuatro personas se ocupaban del check out y provocaban una buena espera a los clientes que, con razón, se cabreaban.
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