La subida en elefante era bastante popular entre
los visitantes. Costaba 900 rupias por elefante y cada elefante podía
transportar dos personas. La montura no era demasiado cómoda. El ascenso fue una
carrera de bandazos porque nuestro mahout
se puso a competir con los que habían salido antes. Nuestro elefante tenía una
punta de velocidad envidiable.
El trayecto era vistoso. Esta vez no nos lanzaban camisetas los vendedores, una anécdota que había recordado mi tío, pero sí que aprovecharon desde las rocas de la base de la fortaleza para hacernos fotos que nos venderían como recuerdos. La caravana carecía de la solemnidad que tuviera en el esplendoroso pasado principesco. Para colmo, el conductor quiso pasarse de listo y cobrarse unilateralmente una propina de 100 rupias. Un policía observó la escena y nos advirtió de que no pagáramos hasta tener garantía de que nos daría el cambio. La presencia del policía desanimó al mahout (y a algún otro más) y soltó el billete de mala gana. Cuando le ofrecimos la propina la rechazó con malos modos.
El patio principal estaba tomado por el equipo de
filmación de una popular serie de televisión, lo que nos permitió ver el palacio
con una parte de los sirvientes y nobles vestidos de época y recrear de una
forma más fidedigna el ambiente que vivió la corte en siglos pasados.
Pagamos la entrada (300 rupias por cabeza) y contratamos las audioguías (150 rupias cada una) y nos dispusimos a iniciar la visita. Habíamos entrado en elefante por la Suraj Pol o puerta del sol (como en otras fortalezas), cruzamos el Jaleb Chowk, el patio de armas. En él se desarrollaban las principales ceremonias o se exhibía el botín al regreso de una campaña.
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