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Los saris son el color de la India 139 (2011). Los ghats de Pushkar.

 


Desgraciadamente, la cola para entrar al templo era desmesuradamente larga. La escalinata de acceso estaba llena de fervientes devotos con sus ofrendas de flores y alimentos. Sus rostros eran solemnes y asumían las incomodidades como parte del mérito que iban a adquirir. Estaba claro que no visitaríamos a Brahma en su residencia terrenal. La mitológica se encontraba en el monte Mehru.

La leyenda dice que Brahma dejó caer una pluma y mandó construir un templo en el lugar donde se posó, que fue en Pushkar. El lago también tenía su leyenda: estaba sobre el lugar donde cayó una flor de loto lanzada por Brahma desde el cielo. Acceder a él no era sencillo porque había que hacerlo a través de pequeños callejones entre los edificios que bajaban hasta los ghats. Nos filtramos por uno de ellos para probar suerte y nos sonrió la misma. Allí estaba ante nuestros ojos el lago, sus templos y palacios. A mi tío le recordó a Benarés.


A media altura de los ghats discurría un pasillo que permitía rodear el lago sin tener que descalzarse. Otros viajeros lo habían hecho y caminaban cerca de las aguas. Pero la abundancia de excrementos y de animales sueltos, vacas, cabras y perros, nos dio cierta prevención. Ese espacio intermedio era suficiente para observar el lugar.

Los pequeños templos y hornacinas se sucedían unos detrás de otros. Las imágenes estaban bien atendidas, con sus ofrendas, cuidadas por los sacerdotes y por los devotos. Pequeñas ceremonias o pujas atraían la vista.


 En una esquina, como en una piscina, se bañaban algunas personas, la mayoría jóvenes, sin ninguna solemnidad. No era el momento del baño ritual. Quizá por la mañana, al amanecer, se concentrarían los creyentes en los ghats y cumplirían con los rituales.

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