Rumbo a Pushkar, ascendimos por la montaña de la
serpiente, Nag Pahar, por una carretera zigzagueante con espeso tráfico y el
color de los grupos de peregrinos cercanos a la culminación de su esfuerzo.
El lago en torno al cual se había desarrollado el pueblo ocupaba un lugar idílico entre las montañas. Éstas ofrecían algunas rutas de senderismo interesantes. El lugar mereció la atención de los hippies, que poblaron Pushkar con su colorido y excentricidad durante la década de los sesenta.
Krishna nos advirtió para que lleváramos cuidado. Las aglomeraciones eran peligrosas y el número de ladrones y estafadores alto. Como si sus palabras hubieran abierto la caja de Pandora, se acercaron unos tipos que pretendían guiarnos, como si hubieran olido el botín, y se colocaron a unos metros del coche esperando que abandonáramos nuestro refugio. Se pegaron de forma insistente y fue más complicado librarse de ellos que de las sanguijuelas pegadas al cuerpo.
Krishna había estacionado a las afueras, cerca del lugar destinado a la importante feria de camellos que se celebra en octubre o noviembre, uno de los grandes acontecimientos de la ciudad.
No se intuía el lago, pero los flujos de gente marcaban una ruta posible. No tardamos en entrar en la calle principal, plagada de guest houses, casas de huéspedes, que daban servicio a curiosos, viajeros y peregrinos y comercios, el tono mercantil que combinaba con el espiritual.
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