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Los saris son el color de la India 136 (2011). Ajmer, la ciudad santa de los musulmanes.

 

Foto del Colegio Mayo de Singh92Karan. Fuente: Wikipedia.

El acceso habitual a Ajmer estaba cortado por obras, lo que nos obligó a tomar un camino alternativo por carreteras secundarias a través del campo. Estaban casi impracticables pero Krishna sacó su alma de piloto de rallies (quizá en una anterior encarnación lo fuera) y condujo con pericia a través de esos caminos que comunicaban asentamientos de chabolas. Miedo nos daba quedarnos parados en esos lugares.

A las afueras de Ajmer se encontraba una de las instituciones educativas más prestigiosas de la India. El virrey Lord Mayo fundó Mayo College con el deseo de que la aristocracia india se beneficiara de una educación como la de Eton. Vamos, un internado inglés exclusivo en la India.

A cada alumno se le permitía oficialmente tener tres edecanes, excluyendo el lacayo. Muchos estudiantes vivían, sin embargo, con sus familias y sirvientes en casas independientes.

La disciplina tampoco era como la inglesa. Las ausencias de los alumnos eran habituales. Posteriormente, se reforzó esa faceta y se obligó a asistir al desfile de la mañana y a los deportes, a llevar turbante en todas las clases y a vestir achkhans, las largas casacas indias.

Mayo era famoso por los deportes. Las principales figuras deportivas del país se habían formado en sus instalaciones. Jugadores de polo, cricket, hockey o tenis habían dado prestigio a la institución.

Una amalgama de religión, historia y cultura era como calificaba la web www.ajmerhotels.co.in a la ciudad. Lugar sagrado para hindúes y musulmanes, se decía que siete peregrinaciones a Ajmer eran equivalentes a una a La Meca.

La ciudad fue fundada en el siglo VII por Raja Ajaypal Chauhan entre las montañas y el lago Anna (Anna Sagar). Su lugar más destacado era el santuario Dargah-e-Sharif del santo sufí Khawaja Moin-ud-din Chisti, del siglo XII.

Ajmer fue víctima de nuestro apretado itinerario y del retraso que acumulábamos en esa jornada. Porque atesoraba suficientes atractivos para dedicarle una jornada completa.

Estábamos en Ramadán, época especialmente intensa de afluencia de peregrinos a la tumba del santo sufí. Las calles estaban atestadas, lo cual no era una novedad aunque sí un inconveniente. La lentitud, como en otras ocasiones, nos permitía avanzar como si fuéramos caminando con brío. Observamos los carteles de los santones jainistas de la secta que propugnaba ir desnudo. No pudimos contemplar el templo Nasiyan, conocido como el templo dorado.

La vista sobre el lago era agradable. Era producto de una presa del siglo XII y a sus orillas se encontraban parques poblados de pabellones levantados por el emperador Sha Yahan.

Nos hubiera hecho ilusión visitar la tumba de Ad-Din Chisti. El emperador Akbar acudía a ella en peregrinación todos los años. Hasta llegó a construir un palacio para sus estancias regulares. Sus descendientes ampliaron la tumba y la engalanaron.

En lo alto se divisaba del fuerte Taragarh, o fuerte de la estrella, construido por el fundador de la ciudad. Ajmer era una importante plaza fuerte muy codiciada por todos los poderes que se sucedieron en la India. Durante la época británica estuvo bajo la administración directa de los ingleses, algo poco habitual en Rajastán donde una parte importante del territorio fue administrado por los príncipes. La torre del reloj fue la estampa más evidente de su antigua presencia.

 

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