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Los saris son el color de la India 135 (2011). Nathdwara, Kankroli, Deogarh.


 

Nathdwara distaba 48 kilómetros de Udaipur. La encontramos al bajar un puerto. Era populosa, animada. Su principal atractivo era un templo dedicado a Krishna en forma de Shrinathji. De hecho, su nombre significaba la puerta para Shrinathji.

La estatua del templo, de piedra negra, fue trasladada desde Mathura ante el peligro de que cayera en manos del emperador Aurangzeb y la destruyera. El carro que la transportaba se quedó anclado en el barro, lo que fue interpretado como la decisión de la divinidad de quedarse en este lugar. La estatua era mimada y sometida a un estricto horario, como si de una persona se tratara. En aquel momento dedujimos a dónde se dirigían los peregrinos.

Unos kilómetros más adelante estaba Kankroli con un templo dedicado a otra encarnación de Krishna, Dwarkadhish. En torno al lago Rajsamand, creado por una presa del siglo XVII, unos hermosos y cuidados jardines acogían varios chattris. El paisaje de esta primera parte del trayecto era variado y entretenido. El tráfico era demasiado abundante. Cruzamos un largo puente. No sé cuál era el nombre de ese ancho río que dio lugar a una anotación en el diario de mi tío.

Sus notas eran algo inconsistentes e imposibles de descifrar para alguien que no conociera la zona o le hubiera acompañado, como era mi caso. "Otra vez mármol", escribió con letra temblorosa por la vibración del coche. En efecto, pasamos por una serie de canteras, de lugares donde se amontonaban cubos de piedra, donde se agrupaban empresas que las explotaban.

A ratos, me concentraba en la mirada atenta de Krishna en la carretera. Le observaba a través de su reflejo en el retrovisor. Aún no me había acostumbrado a que los conductores salieran sin mirar y sin la conciencia de que podían provocar un accidente. No siempre quedaba espacio para apartarse y, a veces, condenaban a los otros a usar el inexistente arcén. A una velocidad superior a la que controlaba Krishna hubiéramos volcado o se hubieran reventado los neumáticos.

La siguiente referencia fue Deogarh y otro fuerte. Después abandonamos la montaña, pasamos al llano, entramos en la autopista de peaje, bien asfaltada, y devoramos kilómetros hasta el Mewar Hotel, un alto en el camino. Al concluir la parada, los conductores de varios vehículos y el guía de un grupo nos deleitaron con su interpretación del himno nacional indio. En la televisión se habían sucedido las imágenes de los actos oficiales.

En la reanudación, la carretera fue apacible. Empezó a llover, como era de esperar. La vida rural continuaba ajena a las celebraciones del día. En algún pueblo habían instalado diversiones de feria. En otro, carpas para dar asilo temporal a los peregrinos, que Dios sabe cuántos kilómetros realizaban hasta su destino. También había muchos colegiales en la carretera.

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