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Los saris son el color de la India 134 (2011). En tránsito hacia Ajmer.


 

Empezamos a tener sensación de regreso. Hasta aquel momento nos habíamos adentrado en Rajastán, nos habíamos alejado del punto de arranque de nuestro viaje. Ahora acortábamos distancias con nuestro destino, aún bastante distante.

La sensación de regreso creaba nostalgia, a pesar de que el viaje no estaba próximo a su conclusión. Era más un sentimiento que una realidad. Allí estaba interceptando nuestro pensamiento e impidiendo el disfrute del momento. Había que provocar un pequeño exorcismo para erradicar esos pensamientos negativos.

Nos concentramos en la carretera. Un nuevo lago, algo seco, nos sacó de las elucubraciones. Unos kilómetros más adelante contemplamos un grupo de niños de uniforme perfectamente agrupados para celebrar el festival del día nacional. Ondeaba la bandera al viento, entonaban el himno nacional compuesto por el poeta Rabindranath Tagore. No faltaría el discurso de alguna personalidad local.

Avanzaban los peregrinos, esta vez en bicicleta o en moto. Eran parte del paisaje de carretera, poblado de cactus, de un ecosistema itinerante que avanzaba con decisión implacable hacia el santuario de su dios predilecto en algún lugar de la región.

A la izquierda de la carretera apareció un edificio vanguardista de vivos colores y una estructura ajena a la arquitectura tradicional, puro contraste. Era la sede de Miraj Group, un grupo empresarial con presencia en varios sectores y un importante potencial de crecimiento. Era el emblema de la moderna India. Un cartel marcaba que estábamos a 225 kilómetros de Ajmer.

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