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Los saris son el color de la India 98 (2011). Jaswant Thada.

 


El desayuno fue algo pobre. No cumplíamos el chandrayana, el ayuno que aumenta o disminuye la ingesta de comida conforme al creciente o menguante de la luna. Tampoco por falta de viandas. Pero éstas eran plenamente indias y aquellos guisos nos daban un poco de respeto. Habíamos llevado cuidado para rehabilitar nuestras tripas y no era el momento de tirar por la borda los esfuerzos. Los demás huéspedes eran hombres de negocios indios que disfrutaron de los platos calientes. Nosotros disfrutamos con unas tostadas.

Desde la ventana de nuestra habitación no se observaba el fuerte aunque disponíamos de vistas sobre un elemento defensivo que bien pudiera ser otro fuerte secundario. Detrás quedaban las montañas.

Después de atravesar la ciudad iniciamos la subida hacia el fuerte. Se descongestionó el tráfico, se sumió la carretera en un relativo silencio y la ciudad se ofreció a nuestros pies. El coloso militar dominaba el paisaje desde el punto más alto. No conocíamos la antigua capital de los Marwar, Mandore, aunque esa visión confirmaba que la defensa de la ciudad estaba en buenas manos.



Un poco antes de Mehrengarh visitamos los cenotafios reales de Jaswant Thada. Era el memorial del maharajá Jaswant Singh II, que reinó entre 1873 y 1895. El cenotafio principal era de 1899. En 1906 concluyeron los otros edificios.

El lugar estaba aislado sobre la roca. Alrededor suyo se extendía la piedra de la montaña. Sobre su perfil más alto discurría una muralla. Precedía al monumento en mármol blanco un estanque.

La entrada era barata, 100 rupias, que iban destinadas a la restauración, reparación, mantenimiento y seguridad del complejo. Lo gestionaba el Mehrengarh Museum Trust.

 

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