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Los saris son el color de la India 127 (2011). En torno al lago Pichola.



Si el tráfico se había portado bien en nuestros desplazamientos de la mañana, un atasco nos impidió llegar a las taquillas para comprar los tickets para el crucerito del lago Pichola de las 3 de la tarde. Sin embargo, fue un acierto aunque supusiera un mayor desembolso. A partir de las 4 de la tarde el sol cambiaba de posición e iluminaba de frente la fachada del palacio de la ciudad que se asomaba a las aguas. A contraluz, esos muros carecían de tanto encanto, de ahí que el precio también fuera diferente.


Este paréntesis nos permitió explorar los alrededores con tranquilidad. No estábamos muy dispuestos a visitar la Galería de Cristal, una extravagante colección de objetos de cristal encargada por Sajjan Singh en 1877 a la empresa inglesa F&C Osler. Cuando el mobiliario completo en cristal fue entregado al maharana éste había muerto y nadie hizo caso a aquellas cajas que quedaron aparcadas en alguna sala durante décadas. No éramos tan entusiastas de esta curiosidad, aunque permitía también visitar el salón Durbar o salón de ceremonias, inmenso y espectacular, según la guía.

Pasamos ante el Shiv Niwas y el Fateh Prakash Palace, los dos hoteles de lujo en que se convirtió esta ala del palacio.


 Desde la parte alta del embarcadero las visitas sobre el lago volvieron a ser sublimes. Sin duda, lo más interesante de la ciudad se concentraba en torno a él. Paseamos distendidamente.

“El maharajá de Udaipur-leí en Esta noche la libertad, de Dominique Lapierre y Larry Collins-, por su parte, tomaba su origen del sol. Su trono, que se remontaba dos mil años, era el más antiguo y el más prestigioso de la India. Una vez al año, también él se convertía en un dios vivo. De pie en la proa de una galera que semejaba la nave de Cleopatra, surcaba majestuosamente las aguas infestadas de cocodrilos del lago que bañaba su palacio. Detrás de él, en el puente, como el coro de una tragedia antigua, permanecían en actitud de veneración los dignatarios de la corte, vestidos con túnicas de muselina blanca". Se imponía realizar la travesía. Quizá sin tanto boato y ceremonial. Siempre con el espíritu bien abierto.



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