Badi Pol, la gran puerta, daba acceso al primer patio del Palacio de la Ciudad. Los coches se aglomeraban en la entrada a la espera de un hueco donde aparcar. Krishna había pasado este control mientras nosotros visitábamos el templo. El control de la policía era bastante estricto.
A la izquierda de la gran puerta, construida por
Amar Singh en 1615, estaba el despacho de entradas y las oficinas de la
Maharana Mewar Foundation que gestionaba el museo. Al fondo, se delineaba la imponente
Tripolia Pol con sus tres arcos de mármol coronados por el imponente templete del
Hawa Mahal.
La generosidad del príncipe se reflejaba en siete arcos. Siete veces, una por cada arco, el soberano había entregado a su pueblo el equivalente a su peso en oro, una costumbre que merecía ser conmemorada para gloria de unos dirigentes que se consideraban fieles súbditos del pueblo al que servían. Estos gestos engrandecieron a los maharajás.
Ante nosotros se extendía un enorme patio alargado
que se utilizó para las principales ceremonias. En Manek Chowk nos agrupamos con
el abundante turismo local antes de entrar a la visita. La fachada del palacio,
grandiosa, lo limitaba por un lado. Nos asomamos a la ciudad, al lado contrario
del palacio, y descubrimos una aglomeración de casas sin mucho interés, lo cual
nos decepcionó inicialmente ya que teníamos en la mente las hermosas vistas del
palacio y el lago, justo al otro lado y ocultas tras las fachadas que daban al
patio.
Subimos hasta una estancia abierta desde la que se controlaba el patio principal. Debía ser una de las darikhanas, plataformas elevadas desde donde se podían seguir las evoluciones de los actos, ceremonias y festivales de la corte en Manek Chowk. En fotografías en blanco y negro contemplamos las concentraciones, el boato de la corte, el pueblo que asistía para comunicarse con su soberano. El despliegue era espectacular. Quién lo hubiera vivido.
0 comments:
Publicar un comentario