Nuestro hotel, el Swaroop Vilas, estaba frente al lago del mismo nombre. Era un lago artificial con un tono entre romántico y decadente. Una mano de pintura le hubiera devuelto su pasado esplendor. Parecía cubierto por una pátina de suspiros.
Nos ofrecieron inicialmente una habitación en la parte nueva. Tenía el inconveniente de la cama kingsize. Pedimos una habitación con dos camas y nos mostraron una del edificio antiguo, un haveli reconvertido. Estaba un tanto desvencijada y era de peor calidad que la otra, pero estábamos cansados y no volvimos a cambiar. Fue una decisión errónea porque el agua caliente se resistía a salir en la ducha, el aire acondicionado sólo removía el aire, como el ventilador del techo, y hacía un ruido infernal. La caja de seguridad se atascó.
Nos planteamos bajar a la ciudad, a
Me contaron que compartir la misma alfombra y comer del mismo plato marcaban una singular sintonía con el emperador. El súbdito gozaba de la "amistad" de su señor y, sobre todo, de su cercanía, lo que le hacía especialmente influyente. El honor llevaba aparejado ese privilegio.
Contemplar el atardecer desde el templete del bar de la terraza era un singular privilegio. Acompañado por la persona adecuada multiplicaba ese placer. Así que nos dejamos de súbditos y señores y creamos nuestra particular versión de compartir la alfombra y nos sentamos a la misma mesa frente al lago para compartir las cervezas.
Todo ello creó el ambiente para una buena charla,
otro de los grandes placeres de la vida y de los viajes. Beerman, el chaval que servía las cervezas, detectó rápidamente que
seríamos unos clientes fieles. Nuestras propinas también contribuyeron.
Ese sábado era Ratsha Bandhan o Rakhi, como se conoce la festividad en India. Es el día de celebración de la relación entre hermanos y hermanas. En ese día, la hermana ata un rakhi o cordel en la muñeca del hermano. Coincide con la luna llena.
Tras esa sesión de descanso nos dieron el masaje ayurvédico, según las técnicas tradicionales de la medicina hinduista. Aplicaban aceites perfumados por todo el cuerpo. Al cabo de un rato se notaba la relajación y uno se sentía como un objeto deslizante sobre la camilla. La piel quedaba suave, como tras un peeling, libre de tejidos muertos.
El único problema lo tuvimos al activarse las cervezas y presionar la vejiga. Esa fue la razón de que acortáramos el baño turco posterior.
La cena fue sencilla. En el comedor del hotel nos mezclamos con un grupo de españoles y con un matrimonio que viajaba con sus cinco hijos.
A la luz de las estrellas y bajo nuestro quiosco favorito, continuamos nuestros diálogos y las libaciones de cerveza. El cielo tenía el aspecto de un cosmos dibujado, ilusorio, creado para el deleite de quines estuvieran dispuestos a comprar esa representación tan bien ejecutada que era real.
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