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Los saris son el color de la India 117 (2011). De Kumbhalgarh a Udaipur. Casa Manolo.



 “Arjuna entró en acción. Tensó Gandiva, el arco maravilloso, y pronunciando una fórmula secreta, disparó el arma que calma el viento. Al instante cesó la tempestad. El trueno se calló, la bruma ardiente pereció. Volvió una brisa ligera, el sol brillaba de nuevo”. Las sabias palabras del Mahabarata se materializaban en la terminación de la tormenta y nos impulsaban a continuar viaje. 

Nuevamente en el coche, concatenamos curvas que se ajustaban al guión marcado por las montañas. El paisaje era hermoso. Cerca se encontraba la reserva natural de Kumbhalgarh, un espacio privilegiado donde abundaba la flora y la fauna. Las orquídeas, los leopardos, los ciervos y otras especies se ocultaban en esas montañas. En los árboles observamos una gran cantidad de monos que saltaban por las copas y nos mantenían entretenidos.

También estaba a escasa distancia el castillo de Kumbhalgarh. Era enorme, tanto como el fuerte de Chittor, la antigua capital de los Mewar. En algunos tramos, sus muros podían acoger en paralelo a nueve caballos. Akbar, con la ayuda de los ejércitos de Amber y Marwar lo conquistó pero sólo pudo retenerlo dos días.



Al cabo de unos minutos, en lo alto de una de las colinas y junto a un templo, llegamos a Casa Manolo. Sí, como lo he escrito. Manolo, si es que así se llamaba su dueño, había elegido un lugar con vistas espectaculares sobre un valle que se prolongaba hacia el horizonte. Si nos hubiera servido tortilla de patata y filetes empanados nos hubiera llevado al éxtasis. Menú indio con alguna concesión occidental fue la oferta del establecimiento. 

Abandonamos las montañas, atravesamos carreteras entre campos de maíz y arroz, aldeas repletas de gente en movimiento y alcanzamos Udaipur sobre las cinco de la tarde.


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