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Los saris son el color de la India 114 (2011). Ranakpur II


 

Los marcos de las puertas estaban ricamente decorados con múltiples figuras. En el interior, los profetas jainistas mantenían sus miradas intrigrantes. Sobre sus manos cruzadas reposaban flores. En el techo observamos cabezas de dragones y cuatro parejas de flautistas y bailarinas.

El sacerdote se acercó sonriente y nos dio unas pequeñas explicaciones sobre el ritual de la mañana. Antes de penetrar al templo para la primera puja, sobre las 6.30, debía bañarse o al menos lavarse la boca, los pies y las manos. Al poner el pie en el templo pronunciaría la palabra nissahi, fuera, para que las preocupaciones mundanas quedaran fuera del templo. La pronunciaría tres veces: al entrar en la mandapa, al entrar en el santuario y al iniciar la puja. Barrería el templo y encendería una luz que colocaría a la derecha del profeta. A la izquierda, situaría una barra de incienso. Depositamos un donativo en uno de los cuencos.



En el exterior nos esperaba esa tropa de figuras que asombraban al visitante: bailarinas en posturas forzadas, dioses cargados de atributos, una corte que acompañaba a su señor en uno de los frisos, mujeres con enormes pendientes y senos prominentes, figuras pequeñas que acompañaban a otras más destacadas, guerreros con espadas... y, por supuesto, las escenas eróticas. Las escenas de sexo eran evidentes. Algunas figuras habían perdido los rostros. Quizá se debiera a la visita del emperador Aurangzeb que, en su celo religioso, se había desviado de su ruta hacia una de sus campañas para destruir las blasfemas imágenes.

Cuenta la tradición que Dharna Shah, un rico comerciante de la comunidad parwal, tuvo una visión. En su sueño era exhortado a construir un templo. Acudió al rey mewar Rana Kumbha y éste le dio autorización, le cedió el terreno e impulsó la obra. Se inició en 1439 y tardaron 65 años en completarlo.

Desde cierta distancia, las shikharas de varios tamaños formaban una cordillera sagrada, un conjunto de apuntadas montañas. Cada shikhara correspondía a un santuario, a una capilla. Las tres alturas le daban un aspecto poderoso.

 

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