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Los saris son el color de la India 112 (2011). Rumbo a Ranakpur.


 

La carretera era buena. Aquel día nos esperaban unos 270 kilómetros y una visita a los templos de Ranakpur. De pronto, el diluvio abrió sus compuertas y pobló el asfalto de inseguridad. Contemplamos el resultado de un choque frontal entre camiones y el caos que produjo. No era el primero que ofrecía la carretera a nuestros ojos.

Los que eran incansables eran los peregrinos. La lluvia multiplicaba su decisión y sus estandartes continuaban balanceándose a las espaldas de los devotos o sostenidos con firmeza. Procuraban evitar los barrizales. Los campos se beneficiaban del monzón y exhibían un verde intenso.

A intervalos regulares encontramos tenderetes que ofrecían descanso a esa tropa de creyentes en busca de su lugar sagrado. En ellos se respiraba un tono festivo, como de romería. Se escuchaba la música a través de potentes altavoces y se ofrecía comida para reponer fuerzas. Era la meta volante antes de la victoria definitiva.

En medio de la llanura surgieron las montañas y sobre ellas unas agujas que no sabíamos interpretar: como palacios o como templos. Eran tres montañas que se individualizaban en el paisaje de forma especial, lo cual nos hizo pensar si sería el destino de los peregrinos. Desde luego, no podía ser del monte Abu, uno de los lugares más sagrados se los jainistas. Quizá era la ciudad de Pali y los templos eran los de Somnath, dedicados a Shiva y Naulakha, este segundo de religión jainista. A 20 kilómetros estaba Gundoj. No paramos en ninguna de las dos ciudades.

Para visitar Ranakpur la estación más cercana era Falna, un eje ferroviario importante. Aún faltaban 35 kilómetros. Falna tenía un famoso templo dorado jainista.

La aglomeración de camiones, parados y en ruta, se diluyó cuando nos desviamos hacia las montañas. Las nubes estaban ancladas a sus cimas. La lluvia cobraba nueva intensidad. Concatenábamos curvas en un paisaje tropical. Un lugar ideal para retirarse a meditar aislado del mundo.



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