La lluvia reaparecía tras dos días de ausencia.
Se había anunciado por la noche con un cielo nublado, de intensa humedad.
Realizamos las operaciones habituales y cambiamos dinero. Esta vez nos dieron 61,50 rupias. En la calle hubiéramos obtenido 63 rupias, pero nos arriesgábamos a estar todo el día sin moneda india caso de no encontrar ningún lugar de cambio abierto. Porque los bancos y las tiendas estaban cerrados y una parte importante del día transcurría ajena a las ciudades. Sacamos la conclusión de que a mejor hotel peor cambio, y viceversa.
La tarde anterior vimos la comitiva del primer ministro de Rajastán. El despliegue policial era razonable. El mandatario viajaba en un Ambasador, el típico coche indio con estética antigua. El recuerdo de su paso nos condujo a una noticia sorprendente que leímos en el periódico. El gobierno de Rajastán pretendía regular la venta callejera. Nos parecía una misión complicada. La venta ambulante era abundante y daba sustento a mucha gente. Quizá la regulación los asfixiara y dejara en la ruina a esas personas que combatían a la pobreza vendiendo lo que fuera por unas pocas rupias. Pretender que cumplieran alguna reglamentación o que pagaran impuestos se antojaba quimérico.
Salimos de la ciudad envueltos en un tráfico tranquilo, lo cual era toda una sorpresa. Había poca actividad a aquellas horas. Atravesamos un sector de la ciudad de casas muy saludables. Representaban la nueva clase media o los estamentos más privilegiados que habían sacado provecho de la nueva y emergente India.
Ese bienestar quedaba ensombrecido por otra información sobre turbios manejos inmobiliarios y los repartos de tierras un tanto aleatorios que se habían producido en el estado de Rajastán. Se utilizaban como moneda política y no para promover un uso racional de los bienes públicos. El periódico recogía los puntos de la agenda de Sonia Gandhi, presidenta del Partido del Congreso, contra la corrupción.
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