La colección de armas era digna de elogio. Entre
ellas estaba la espada de Akbar. Espadas, dagas, escudos, arcabuces y un sinfín
de elementos de combate se exhibían en vitrinas. La historia militar se mostraba
en esas joyas guerreras. Una pértiga era el recuerdo de un deporte muy popular
en Jodhpur, el pig-sticking. También
se practicaba en el oeste del país. Sería la versión india del acoso y derribo
con un cerdo salvaje como protagonista, una persecución a caballo para abatir
la pieza con esas pértigas puntiagudas. Exigía dominio de la montura y una gran
habilidad. En muchos casos podía acabar con una caída y varios huesos rotos. O
con el peligro de ser embestido por el animal, como en cierta ocasión le ocurrió
al mismísimo Príncipe de Gales.
El palacio atesoraba una excelente colección de miniaturas. La mano de los artistas había alumbrado exquisitas escenas palaciegas, de batallas, de jugadores de polo o de la diosa Durga, diosa guerrera apreciada por los clanes y castas guerreras. La luz era tenue para una mejor conservación. Hubiéramos necesitado mucho más tiempo para estudiarlas con detenimiento.
La siguiente sala era blanca y decorada con espejos. Era alargada y vistosa. No sabría decir si era el Sukh Mahal, el palacio del placer. Cualquiera que fuera su nombre y función era hermosa. Más impresionante era el Phul o Phool Mahal, el palacio de la flor. Era la sala del durbar, donde se celebraban las audiencias privadas. La decoración de muros, columnas y techo era obra de un mismo artista que murió antes de poder terminarla. Los dorados brillaban intensamente. Alfombras y almohadones eran su mobiliario. Aquí se celebraban reuniones y los invitados disfrutaban de las danzas que les ofrecía el príncipe.
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