La larga rampa nos trasladó hasta otro ámbito.
Junto a otra puerta observamos un conjunto de huellas que homenajeaban a las viudas
del maharajá Man Singh que se arrojaron a la pira funeraria en 1843. Fueron las
últimas de la dinastía que cumplieron el ritual del sati. Los ingleses lo prohibieron, pero continuó practicándose.
Estaba muy arraigado. En la década de 1950 se tiene constancia de un caso entre
la realeza de Jodhpur. En Rajastán, la mayor muestra de devoción a un marido era
el sati y se exaltaba este último
sacrificio en leyendas y canciones populares.
La viuda del brigadier Jabbar Singh Sisodia, Sugankunverba, dejó de comer y beber un mes antes de la muerte de su marido. Con paciencia fue recopilando todos los elementos para el ritual. La noche en que aquél murió, se dio un baño y se puso ropa nueva, de un especial color rosa claro llamado saptalu. Los vestidos no eran los del duelo sino los de la boda. No pudo acompañarla la procesión a pie que era tradicional. El temor a la policía obligó a transportarse en vehículos.
Dicen que su pira funeraria siguió ardiendo durante seis meses con los cocos que aportaba la gente después de retirar las cenizas del difunto y arrojarlas al Ganges en Hardwar. El folklore popular la inmortalizó. Nos impactó leer esta historia en Lives of the indian princes.
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