Designed by VeeThemes.com | Rediseñando x Gestquest

Los saris son el color d ela India 109 (2011). Hacia la parte alta de Jodhpur.


 

Con el conocimiento que nos había suministrado contemplar la ciudad desde el fuerte, tomamos un tuk tuk y regresamos a la torre del reloj. El ajetreo se activaba a esa hora y el calor remitía.

Callejeamos siempre con el objetivo de remontar las cuestas hasta la parte alta de la ciudad. Buscábamos las casas azules, la urbe donde se movían los lugareños, donde residían. La parte comercial ya la conocíamos. Cuanto más ascendíamos más tranquilo era el barrio, más fácil era contemplar lo cotidiano en los habitantes de casas menos espectaculares pero más auténticas. El precio era una tremenda sudada.

Llegamos hasta la zona donde las casas ya no podían escalar y los muros eran casi verticales. Nos cruzamos con un grupo que bajaba desde el fuerte. Sus pasos eran menos cansados que los nuestros. La pendiente era tremenda.



Los niños jugaban en la calle, las mujeres se asomaban con curiosidad a puertas y ventanas y cesaban durante unos segundos en sus labores habituales. No éramos una novedad. En las azoteas, un grupo de jóvenes volaba cometas y demostraba su destreza en dirigirlas hacia donde deseaban, hacían algún molinete o piruetas y alguna caía a plomo. Eran rudimentarias, caseras, hechas con restos de lo que habían podido encontrar. Animaban el cielo, que se entristecía con la lentitud de la puesta de sol. Me parecía increíble que no se enredaran con los múltiples cables que cubrían las casas.

Otros viajeros nos observaban desde las terrazas de los restaurantes. Calculamos dónde estaban para buscarlas más tarde y contemplar desde el otro lado, como lo hiciéramos la anterior noche.



Entre las casas bajaba una escalera empotrada en un tubo estrecho que casi no merecía el apelativo de calle. En otro lugar, se había derrumbado una casa y el hueco mostraba la derrota de los ladrillos. En el horizonte aparecían los brazos alzados de las torres del Umaid Bhawan.

Una hermosa niña descalza y con un vestido blanco se paró en el umbral de su casa y posó con una naturalidad envidiable. Carecía de arrogancia. Su semblante era sereno. Me atrevería a afirmar que era feliz. Los bienes terrenales, que se intuían escasos, no la preocupaban.

0 comments:

Publicar un comentario