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Los saris son el color de la India 96 (2011). Darbar de la noche.


 

Nuestros pasos nos llevaron hasta Pal Haveli. La reconversión en hotel había salvado a este haveli construido por un noble en 1847. Estaba bien pintado y desde la entrada al patio era una gozada. Como otros havelis-hotel disponía de un restaurante, el Indique, en la azotea. Las vistas estaban garantizadas.

En el momento en que aún no ha desaparecido la luz del sol ni ha tomado su lugar la oscuridad, en los palacios de los príncipes de Rajastán se celebraba la pequeña ceremonia del encendido de la luz. Para los hindúes, la luz era dios y por eso cuando caía el sol y las primeras antorchas se llevaban a las habitaciones para sustituir su luz, se unían las manos y se realizaba una reverencia a la luz divina. Esa ceremonia marcaba el inicio del darbar de la noche.

No unimos nuestras manos pero sí chocamos nuestros vasos de cerveza. Agradecimos un nuevo día y todo lo que habíamos disfrutado. Nuestro darbar fue una conversación distendida.



Nuestra intención era cenar en el Umaid Bhawan Palace, el palacio nuevo reconvertido parcialmente en hotel. Sin embargo, los conductores de tuk tuk nos desanimaron, en parte por el precio y en parte porque reaccionaban como si fuera un lugar inalcanzable. Comentaban que había que dar un gran rodeo. Como no lográbamos orientarnos en el laberinto de callejuelas optamos por seguir los carteles que anunciaban otros hoteles y restaurantes aconsejados en la guía. Así llegamos al Haveli Hotel y al restaurante Jaroukha, que ocupaba la azotea. Cenamos con la tenue oscuridad del entramado de las calles.

Tanto al lado de este hotel como del anterior había sendos baoris, pozos escalonados que abastecieron en su tiempo a la población. El segundo estaba casi vacío y dejaba al descubierto las escaleras que bajaban hasta sus profundidades. En los dos casos estaban rodeados por lo que podían ser palacios o templos, dado el carácter sagrado de estas obras de arte. Desgraciadamente, el abandono les había mudado el rostro opulento por la ignominia. El mármol o la piedra no resaltaban. Eran los únicos espacios abiertos en la apretada ciudad, plazas de agua que permitían respirar a las casas.

Un breve paseo precedió al regreso en tuk tuk. Nos costó 50 rupias por el recargo nocturno.

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