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Los saris son el color de la India 95 (2011). Paseo al atardecer.

 


La potente figura del fuerte Mehrengarh marcaba el límite del avance. Daba respeto. Al día siguiente habría tiempo para visitarlo y para intercambiar el punto de vista y observar la ciudad desde lo alto. Con el ocaso ganaba en solidez. Los lugareños eran ajenos a esa presencia.

La saturación humana y las incómodas motos marcaron inicialmente nuestro camino. No llevábamos un itinerario preconcebido. Hubiera sido imposible realizarlo porque era la intuición la que nos llevaba de una calle a otra. Sí deseábamos encontrar las famosas casas azules que habían dado fama a la ciudad. Para nuestra decepción, encontramos pocas y en muchos casos con la pintura en mal estado.

Hacia la izquierda de la torre regresó la calma. La aprovechamos pero insistimos en descubrir la esencia de Jodhpur, lo que pudiera distinguirla de otras ciudades que ya habíamos visitado.



Pasamos por la zona de las especias y llenamos los pulmones del aroma de las mercancías que se ofrecían en montañitas. Nos ofrecieron pasar a las tiendas y rechazamos esas invitaciones. El olor del precario alcantarillado se hacía notar a ráfagas.

Torcimos hacia la derecha, hacia la cuesta. Algunos havelis debieron ser exquisitas casas de hermosos balcones y ventanas. En los bajos se asentaban tiendas con pequeños mostradores. En esta parte sí encontramos el color azul de los hogares de los brahmanes, que luego adoptó la ciudad para todas las castas. Decían que ahuyentaba a los mosquitos. Nos asomamos a los patios.

Por todas partes había pequeños santuarios, capillas u hornacinas para las múltiples divinidades. Escuchamos la llamada del muecín a los musulmanes, campanas y tambores. Los seguidores de Krishna inundaban el ambiente con sus cánticos. Los comerciantes agitaban entre sus manos un par de barras de incienso que movían ligeramente con sus plegarias. La gente se adentraba en los templos para la oración del atardecer. Las vacas eran testigos de esta mezcla de mercantilidad y fervor.

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