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Los saris son el color de la India 94 (2011). A la caída de la tarde, la torre del reloj.



 No me gustó el hotel Mapple Abhay. Mi tío fue más comprensivo con su calificación. Puede que por haber dormido la siesta mejor que yo, o porque sus sábanas no estaban sucias. El ruido de la calle era infernal. Era igual que si hubieran plantado la cama en medio de una autopista. Para colmo, en el pasillo estaba instalado un teléfono interno para el personal del hotel que atronaba por el eco de la galería.

Comimos en el único sitio que estaba abierto: el bar del hotel. Tenía su gracia. Me recordaba al bar de la guerra de las galaxias. Era un garito oscuro donde el humo del tabaco estaba permitido. Los personajes que lo habitaban eran siniestros, clandestinos, ruidosos. Los de la mesa de al lado habían aprovechado la hora feliz-97 rupias la botella de cerveza-para cubrir la mesa con vidrios vacíos. Vociferaban, se reían con estruendo y se hermanaban en abrazos prolongados. Si se habían reunido para cerrar un negocio, éste sería un éxito. Comimos unos rollitos de primavera, unas patatas fritas y dos cervezas, que nos alimentaron más que los alimentos. Pero la siesta fue un fracaso.


El tío Luis nos había aconsejado acudir a la torre del reloj a la caída del sol. En ese momento se reactivaba la vida urbana y el mercado bullía con fuerza. Como en otras ocasiones, acertó.

Casi no fue necesario elevar la mano para pedir un tuk tuk. Los conductores olfateaban la carnaza turística en ese ambiente saturado de contaminación y ruido. Tras una prudente negociación nos mezclamos en el demencial tráfico rodado. En 10 minutos nos depositaron en la amplia plaza. La actividad era frenética.

No he encontrado referencias sobre la torre del reloj. Lo importante es que era estupenda para orientarse. Su punta acabada en una cúpula con forma de cebolla se alzaba sobre el mercado de Sadar. Para mí que fue obra del siglo XIX. Tenía cierto carácter colonial y británico.

El color lo ponían nuevamente los vestidos de las mujeres. El de las mercancías era más estático, menos vital, más apagado. Las mujeres acudían debidamente engalanadas con sus joyas, como para un cóctel de tarde.

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