El manto del olvido cubrió sin piedad esta ciudad que fue un importante centro comercial entre los siglos VIII y XII. Los Oswal Jain, grandes comerciantes, dominaron la ciudad tanto en lo mercantil como en lo demográfico. Como herencia quedaba un mercado animado aunque intrascendente y unos templos jainistas e hinduístas. Una mole fortificada alojaba los más importantes.
Cuando tuve la oportunidad de revisar las notas
de mi tío, nuestras fotos y lo que pude encontrar en Internet, me entró la duda
de si exploramos la totalidad de los templos que se anunciaban en la guía y que
comentaban otros viajeros. No quedaba rastro en nuestros materiales del templo
dedicado a Mahavira, que construyó el rey Vatsaraya, de la dinastía Gurjara
Pratinara. Las inconfundibles figuras de los thirtankaras, a las que nos habíamos acostumbrado en los últimos
días, no aparecían en los registros ni en nuestra memoria. Probablemente fuera
alguno de los templos aislados entre la vegetación que contemplamos desde lo alto
de los muros que acogían el templo de Sachiyamata, del siglo XII, dedicado a la
madre de la verdad, novena y última reencarnación de la diosa Durga, la diosa guerrera.
En el Mahabarata encontré esta adoración a Durga-Devi:
Oh tú que concedes todos
los favores,
tú que igualas a Krishna,
Diosa virgen
y casta dueña de los
mundos,
tú de cuerpo brillante
como la aurora,
de rostro resplandeciente
como la luna en majestad,
nosotros te adoramos,
Gran Diosa,
Oh Señora de los Dioses,
nos prosternamos a tus
pies
muéstranos la Verdad,
Durga-Devi, Refugio de
las criaturas,
dígnate revelarte ante
nosotros.
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