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Los saris son el color de la India 91 (2011). Carretera hacia Osiyan.


 

Todo paso a nivel o cruce de caminos contaba con un bien provisto puesto de bebidas. Parecía imposible su viabilidad económica pero si estaban allí era porque generaban negocio.

Los pequeños núcleos de población se espaciaban menos que cien kilómetros atrás. Las paredes estaban adornadas con anuncios, dominados por el forzudo de Ambuja Cement. Las cabras y ovejas continuaban siendo una constante.

Un nuevo hito en el trayecto: un templo de Hanuman presidido por una colosal escultura del dios-mono, uno de los personajes principales de la epopeya india Ramayana.

El seguimiento de Catai India se tradujo en una llamada de Cristina. Cristina ejercía en el viaje de madre adoptiva que se interesaba por sus cachorros. Nos preguntaba cómo iba todo, las posibles incidencias y nuestro nivel de satisfacción. Nos transmitía seguridad. Nos hacía ilusión su constancia. Nos informó del fuerte monzón que sufría el norte de la India y que el Ganges bajaba con ímpetu, como si la ira de los dioses que habitaban el Himalaya se hubiera convertido en torrente. Nuestra excursión por el río en Benarés corría peligro.

Una balsa de agua donde se lavaba la gente de los pueblos y la imagen de chozas circulares con techo de paja seca, como pallozas, fueron los últimos apuntes hasta Osiyan.

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