El día empezó de forma preocupante. Mi tío había pasado mala noche aquejado por la sobre actividad de los intestinos. Resumiendo, padecía el mal del turista. Los curries, El calor y el exceso de agua para combatir la deshidratación estaban detrás de este problema. Ya lo decía el Hitopadeza: “entre el cuerpo y las virtudes inmensa es la distancia; aquél se está destruyendo continuamente, estas duran hasta el fin del mundo”. No le faltaba razón.
Desayunamos muy ligeramente, él por razones obvias y yo por solidaridad. Observamos las montañas de alimentos jugosos y apetecibles y mi tío remató con un fortasec que garantizaría una tregua.
Los hindúes utilizan el término mahurat para denominar los días auspiciosos o los momentos adecuados para iniciar una actividad importante, como un viaje. Nosotros estábamos in itinere y, además, para colmo de males, carecíamos de astrólogo fiable al que confiar nuestra situación y nos informara del mahurat o de su contrario, el rahu kalam o momento poco auspicioso para iniciarlo. Sin darle demasiadas vueltas, terminamos de cerrar las maletas, pagamos la cuenta y nos confiamos a la pericia en la carretera de Krishna.
Para Jodhpur existían dos alternativas de itinerario. La más larga nos conduciría a Osiyan, una ciudad en medio del desierto que brilló hace siglos y que retuvo unos impresionantes templos hinduistas y jainistas. No era la ruta programada. Todo se saldó con un extra de 25 euros.
Hasta Pokarán dormimos plácidamente y recuperamos fuerzas. Éramos protegidos por Agni, el dios del fuego, la divinidad encargada de vigilar el sudeste, nuestra dirección en la jornada. La parada fue en el mismo lugar donde nos detuvimos dos días atrás. Habíamos deshecho el camino.
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