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Los saris son el color de la India 84 (2011). Marusthali, la tierra de la muerte.


 

Por la mañana, habíamos comentado con Krishna nuestro deseo de un paseo en camello por las dunas del desierto de Thar. Era una turistada pero para eso estábamos de vacaciones. Hasta aquel momento, el desierto se había presentado como una estepa domesticada por el hombre y convertida en lugar de pastoreo y tímidos regadíos. Era el momento de adentrarse en un círculo más auténtico. También más terrible.

El calor había remitido a esa hora de la tarde. El cielo estaba despejado, azul, con matices grises si se escrutaba con detenimiento. Tomamos la carretera hacia el oeste, dirección a Pakistán, que se encontraba a unos 200 kilómetros.

Al salir de la ciudad nos sorprendió la visión de varios fuertes. Preguntamos a Krishna y nos confirmó que eran hoteles. Puede que nunca fueran elementos defensivos, como ocurría con nuestro hotel.


 

El trayecto se prolongó durante una hora. Los vestigios de presencia humana eran cada vez más escasos. A veces creías ver un lago salado pero era un espejismo formado por el terreno reseco y unos efluvios extraños. Desgraciadamente, los plásticos recordaban el escaso civismo de los visitantes.

Krishna nos presentó a sus camelleros de confianza, negoció el precio y comprobamos que se ajustaba a lo que venía como referencia en nuestra guía. Nos acompañaron un hombre de edad indefinida y un muchacho descarado que no paraba de jugar con el móvil. Ambos vestían de blanco y llevaban en torno al cuello unas bufandas o pañuelos grises para taparse el rostro en caso de tormenta de arena. Su piel estaba muy curtida.

 

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