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Los saris son el color de la India 81 (2011). El fuerte de Jaisalmer y la herencia de los príncipes.


 

La entrada al Jaisalmer Fort Palace Museum and Heritage Center, 250 rupias, incluía el uso de una audioguía. Una buena solución que permitía visitar el palacio al ritmo que uno quisiera y sin tener que soportar a guías apócrifos. El mismísimo Maharawal Brijraj Singh nos dio la bienvenida desde el aparatito.

Introducidos por el príncipe fuimos accediendo a patios y estancias de diverso interés. Lo que contemplábamos era esencialmente del siglo XIX con algunas partes que se remontaban al siglo XII, lo que le convertía en uno de los fuertes más antiguos de la India. Por desgracia, su conservación corría peligro, como leímos en la guía y confirmaron las palabras de la audioguía. Las restauraciones habían devuelto el esplendor a la piedra.



Jaisalmer era un estado de quince salvas, inferior en categoría a Jodhpur o Bikaner, con diecisiete, o Udaipur, con diecinueve, el más alto en la jerarquía de Rajastán. El palacio era menos lujoso que el de Bikaner y los patios más estrechos y encajados. Pero su situación sobre la colina y las vistas que se disfrutaban compensaba aquella riqueza. Y, cómo no, el trabajo de los artesanos de la piedra.

Escuchamos las explicaciones sobre el jauhar-saka, la tradición del sacrificio de las mujeres y los niños arrojándose a la pira cuando la derrota era inminente. Los guerreros, por su parte, se lanzaban en su última carga. La tradición era exclusiva de Rajastán.

El nombre de la región significa tierra de reyes. Los Rajput eran valientes y gente de honor, aunque incapaces de unirse y actuar conjuntamente. Unidos, eran capaces de vencer a cualquier enemigo. Esta desunión permitió la llegada de los mogoles, primero, y de los británicos, después.



El teniente coronel James Tod afirmaba en sus Annals and Antiquities of Rajasthan, de 1829, que el rajput adora a su caballo, a su espada y al sol y atiende más a la canción del bardo que a la letanía del brahmán. En la armería se exhibían esas armas que tanto adoraban los mejores exponentes de la casta de los guerreros: el dhal o escudo circular, la talwar o espada, la katyar o daga, la bhala o lanza, el bichhwa, un pequeño cuchillo arrojadizo que significa escorpión y que se guardaba en la parte trasera de la angarkha. Eran las cinco armas de la nobleza o panch hatyars. Siempre pensaron que una buena carga era mejor que una de bala de fusil. Porque su enseña era el honor, que me recordó la réplica de Karna a Indra en el Mahabharata:

Oh brahmán, antes perdería la vida

que renunciar a lo que me es más precioso,

mi honor. 

El hombre sin honor

es un cadáver que respira,

más le valdría estar muerto.

 El Creador mismo hizo del honor

la esencia de la vida, cuando declaró:

“El honor, en este mundo, prolongará la vida;

El honor, en el más allá, lleva al cumplimiento divino”.

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