Los saris son el color de la India 80 (2011). Templos de Laxminath y Parasnath.

Como aún no podíamos entrar en el conjunto de templos a espaldas de los que habíamos visitado, nos dimos un paseo por el intrincado conjunto de calles. No bajaba la calidad de los havelis y las filigranas de las fachadas. Algunos necesitaban intervención inmediata.

El templo de Laxminath estaba en plena puja. Los fieles hinduístas salmodiaban sus oraciones bajo una cúpula adornada con pinturas que reproducían escenas divinas. Ascendía el humo del incienso, sonaban címbalos y palmas. El cercano templo de Surya, el dios del sol, estaba silencioso.

La entrada al templo de Parasnath era hermosa. Desde este templo se accedía a los otros jainistas. El pórtico era espectacular. El interior era más sencillo que el del grupo anterior aunque quizá era más intimista, más acogedor, más cercano a lo sagrado.

En otra estancia el techo del mandapa estaba policromado. Una tela metálica impedía una mejor visión de los detalles de las doce figuras radiales.

Se repetían las estructuras y los motivos de decoración, el ejército de figuras, las toranas labradas hasta la extenuación, las columnas repletas de figuras. Los thirtankaras ocupaban capillas laterales. Sus esculturas eran pequeñas y sencillas.

Era en la parte que correspondería al ábside donde los motivos decorativos se superaban. Escrutabas entre nichos, intercolumnios, pilares y aleros. Todo estaba tallado con primor.

Al sur se encontraba el templo Shaitalnath, dedicado al décimo thirtankara. Al norte, Sambhavanth. Todos estaban comunicados y era complicado saber cuándo pasabas de uno a otro. No pudimos acceder a la biblioteca Gyan Bhandar, con manuscritos del siglo XI, ni ver el sudario de Gindharsuri, un ermitaño que murió en Ajmer y cuyo sudario no ardió en la pira funeraria. Shantinath y Kunthunath completaban esta segunda serie tan espectacular como la primera.

Regresamos a Dashera Chowk y antes de entrar en el palacio repusimos líquidos y descansamos unos instantes.