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Los saris son el color de la India 77 (2011). La fortaleza de arena.


 

Rodeamos la ciudad, disfrutamos del espectáculo de sus muros y Krishna nos dejó en los aledaños de la primera puerta del fuerte. Los tuk tuk se alineaban como una perfecta tropa motorizada. Los conductores dormitaban a la sombra de sus interiores. Las construcciones a sus espaldas eran imponentes.

Ascendimos la rampa de acceso, cruzamos la Surya Pol o puerta del sol, como hicimos en la fortaleza de Bikaner. Un grupo de mujeres vendía sus artesanías expuestas sobre telas de colores vibrantes. Bajo unos pequeños toldos muy rudimentarios esperaban la afluencia de turistas. Más arriba, al torcer hacia la izquierda, unas telas grandes y cuadradas se movían con una tenue brisa, como si quisieran llamar la atención de los compradores. Los muros formaban un apretado desfiladero.



Desde la puerta de Haris se asomaban a los muros estupendos balcones y ventanas con finos trabajos de la piedra. El primer espacio era Dashera Chowk. La fachada del Maharajá Mahal combinaba chattris, tejados bengalíes y barandillas bajas. A un costado, una shikhara anunciaba un templo.

Bajo una higuera estaban sentados dos santones que se ofrecieron a ser fotografiados y recompensados con una propina. Llevaban la frente cubierta de naranja, uno de ellos, y de rojo el otro. Sus barbas eran blancas y largas y su rostro, curtido por el sol, sonriente. Muy simpáticos.



Las calles eran estrechas y mostraban las mercancías de las tiendas. La artesanía incitaba a parar, pero no nos dejamos seducir. Esos havelis reconvertidos en casas de huéspedes fueron hace siglos los hogares de los sirvientes de palacio. Por supuesto, hermosas joyas arquitectónicas.

 

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