¿Por qué nos levantamos tan pronto aquella mañana?
Si son ciertos los datos reseñados por mi tío, lo hicimos a las 6.30. Todo un sacrificio.
No encuentro en todo el viaje un día en que nos levantáramos más tarde de las
8.30.
Tomamos un potente desayuno en el buffé del hotel bajo la atenta mirada de los antiguos maharajás vestidos con sus mejores galas. Sin embargo, el ambiente era informal y los rostros paternales de aquellos dirigentes nos hicieron recordar otra cita interesante de Rudyard Kipling: "la Providencia creó a los maharajás para ofrecer a la humanidad un espectáculo". Ya habría tiempo para profundizar en ese pensamiento.
La humanidad más inmediata estaba formada por los que yo calificaba como "quebrados". La mayoría de los huéspedes eran italianos y españoles, ciudadanos de países al borde de la intervención o la quiebra. Las informaciones que llegaban desde los mercados eran desapacibles. Las mayores bajadas correspondían a la Bolsa de Frankfurt. Mal asunto.
Para quitarnos el mal sabor de boca nos concentramos en el buffet. Se decía que la India contaba con 120 clases de melones y con 1.200 variedades de mangos de las 5.000 que existían en el mundo. Jamás lo habría pensado. Los que estaban ante nuestros ojos no eran de la variedad alfonso, la más prestigiosa, y que debía su nombre a la adulteración de su nombre real por el gobernador de Goa, pero estaban jugosos. Los alfonsos se exportaban casi en su totalidad por lo que era más probable toparse con ellos en un escaparate de Londres que en la India. Mi tío probó el paneer, un queso similar a la mozzarella.
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