La colina de Trikuta, o de los tres picos, acomodaba
los 99 bastiones de este castillo de arena. La parte inferior estaba reforzada
con placas de piedra para evitar desprendimientos. Habíamos leído que tres
torres se habían desmoronado a consecuencia del agua que se filtraba por el
sistema de desagües y la sobreexplotación provocada por el turismo. Fuimos
rodeando la fortaleza en busca de los otros havelis
anunciados en la guía. Localizamos el Patwa-ki-haveli, de cinco secciones, que
correspondían con otros tantos hermanos que hicieron fortuna con el comercio.
Muchos de los havelis reconvertidos en hoteles disponían de restaurantes en las azoteas con vistas al fuerte. Era uno de sus atractivos. Sin duda, el turismo había sustituido a otros medios de vida para la ciudad, que cayó en decadencia al tomar las caravanas otras rutas.
Habíamos observado adosados a los muros del fuerte unos cobertizos con tejado de chapa que quizá se utilizaban para estabular a las vacas, siempre privilegiadas. En aquel momento buscaban comida entre la basura y eran observadas por unos hombres sentados sobre carros. Unas mujeres de vistosos saris y ostentosas joyas pasaron ante nosotros.
A la altura de la puerta del fuerte torcimos hacia la ciudad, bastante animada a esas horas. El hotel Fort View, Mónica Restaurant, Mr. Desert Café, eran algunas de las ofertas para los turistas. Un yogui de larga barba se anunciaba, las joyerías se alternaban con los sastres, los carteles anunciaban negocios y mercancías. Dos chicas vestidas con kurtas inmaculadas buscaban entre el género. La calle era una continua sorpresa.
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