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Los saris son el color de la India 64 (2011). Phalodi: hotel y templo.

 


Tras preguntar un par de veces, encontramos el hotel Lal Niwas, que hacía las funciones de oficina de turismo. El hotel ocupaba el Dadha Haveli, construido en 1750, que albergaba un pequeño museo. Era una sucesión de patios y galerías abiertas que habían sido adornados con un toque familiar. Exploramos las zonas comunes: el restaurante, de cierto encanto, la piscina, los patios. Entramos en un bar oscuro y tomamos una coca cola. A nuestro lado, otra persona tomaba un té indio, con leche y cardamomo. Olía bien aunque me habían advertido de su sabor. El té lo introdujeron en la India los chinos, sus productores. Se cambiaba por opio. En él estuvo el origen de las Guerras del Opio del siglo XIX entre los británicos y los chinos.

Muy cerca, por calles embarradas, fuimos hasta unos havelis de arenisca roja, de hermosos balcones y ventanas talladas. No estaban decorados con pinturas exteriores, como los que hasta ese momento habíamos contemplado. La parte baja estaba pintada de amarillo y azul.

La calle la habitaban más vacas que gente. Había que esquivar las enormes cagadas de los animales. Menos mal que cesó la lluvia.



Un pequeño zig zag nos condujo hasta el templo jainista Shri Parashnath. Era reciente, de 1847. Estaba dedicado al vigésimo tercer tirthankara o profeta, el anterior al fundador de esta religión. Se accedía por un arco que comunicaba dos calles. La fachada exhibía un balcón bastante kitsch. En ese momento entraba una familia francesa con su guía. Una niña, quizá hija del guardián del templo, insistía en que hiciéramos una donación. Pagamos 20 rupias por utilizar la cámara.

La estética del templo era peculiar. Se había utilizado cristal belga para su decoración. La luz espejeaba y resaltaba. La alta cúpula estaba cruzada por cintas de colores. Las estatuas con la inconfundible forma jainista nos miraban con atención.



El guía nos informó de que la prosperidad reciente de los jainistas se debía a la sal pero que antiguamente habían controlado el comercio del opio, que tan abundantemente consumían los rajput y los emperadores mogoles. El opio que se cambiaba por te en China. Nunca hubiera imaginado que los ascéticos y vegetarianos jainistas, partidarios de la no violencia, debieran parte de su prosperidad a este comercio.

Antes de que se hiciera tarde, regresamos al hotel y a nuestro vehículo. Aun nos quedaban 168 kilómetros. Eran las 12.30.

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