Se han ausentado de mi memoria el estanque y los templetes
que aparecen en aquellas notas. Sí recuerdo el mercadillo matutino y una buena
carretera. Comentamos que, hacia el sur, en dirección a Nagaur, se encontraba
el templo de Deshnok, dedicado a Karni Mata. Hubiera supuesto una hora de trayecto
de ida y otra de regreso. La peculiaridad era que en el templo las ratas campaban
a sus anchas. Porque se creía que no eran ratas vulgares, como las de los
canalones de Bikaner, sino reencarnaciones de gente del lugar, para unos, o de
cuentistas para otros. O almas que esperaban una mejor reencarnación. Daba
suerte que una de esas ratas pasara por encima de los pies. Los lugareños comían
los alimentos que ponían a disposición de las ratas y que éstas previamente
habían mordisqueado. Sólo para los muy entusiastas.
Los kilómetros siguientes fueron de una planicie ligeramente ondulada, de escasa presencia humana y un tímido verdor, como una barbita verde sobre la estéril tierra del desierto de Thar. En algunos tramos, observamos parcelas cultivadas. En otros, matorral sobre un suelo ocre.
Eran las nueve de la mañana y el calor exterior era tremendo, 30°. La amenaza de lluvia, que se materializaría un par de horas después, empapaba el ambiente. Esa lluvia era la culpable del verdor incipiente. Sin embargo, la verdadera transformación se había producido como consecuencia del canal Ganga. El canal y un eficaz sistema ferroviario habían salvado muchas vidas. El regadío había transformado el desierto en un vergel.
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