Desde el primer patio donde nos agruparon para
después abandonarnos a nuestra suerte accedimos a un segundo espacio cuadrado
en tres alturas. La intermedia estaba abierta, mientras que la superior estaba
cubierta por hermosas celosías o jalis.
Para que las mujeres vieran sin ser vistas ya que vivían en purdah, en reclusión, sin que pudieran
acceder a esa zona los hombres, excepto el príncipe. Un pequeño cañón ocupaba
el centro. El tercer patio correspondía con el lugar para las audiencias
públicas. Supusimos que el templete de mármol blanco en medio de un estanque de
agua verde acogió algún tiempo atrás al príncipe.
A la izquierda, penetramos en un rico salón. El
único mueble era un trono rojo. Del artesonado bajaba una tela del mismo color
que al accionarse abanicaba al príncipe y a los visitantes cualificados que recibía
en el Diwan-i Khas, la sala de audiencias privadas. Hermosas columnas
con arcos lobulados aportaban elegancia. El techo de la galería entre los arcos
y las ventanas, de diseño geométrico, relucía.
-El loto es el gran elemento simbolista de los budistas e hinduistas -comentó mi tío-. Las flores flotando sobre la tranquila y oscura superficie del lago, los pétalos que se abren con los rayos del amanecer y que se vuelven a cerrar con el ocaso, las raíces que se ocultan en el cieno, simulan los símbolos de la creación, la divina pureza y belleza, de la evolución o el despliegue del cosmos desde el caos, sostenido en equilibrio por el éter cósmico.
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